jueves, 27 de febrero de 2014

Pues claro que soy su hijo … ¿Es que no ve usted el afecto que siente por mí?



27 febrero 2014
En el centro del grupo que se había formado delante de los grandes almacenes, se balanceaba violenta la gorra de cazador, un verde destello en el círculo de gente.
—Hablaré con el alcalde —gritaba Ignatius. —Deje en paz al muchacho —dijo una voz entre la multitud. —Vaya a detener a esas chicas que se desnudan de la Calle Bourbon — añadió un viejo—. El es un buen chico. Está esperando a su mamá. —Gracias —dijo, desdeñoso, Ignatius—. Espero que todos ustedes den testimonio de este ultraje.
—Vamos, acompáñeme —le dijo el policía con menguante seguridad. A su alrededor había ya casi una multitud y no se veía ni a un guardia de tráfico —. Vamos a la comisaría. —Así que un buen muchacho no puede ya ni esperar a su mamá a la puerta de un comercio —era de nuevo el viejo—. Convénzanse, la ciudad nunca fue así. Esto es el comunismo.
—¿Está llamándome usted comunista? —preguntó el policía al viejo, mientras procuraba evitar los latigazos de la cuerda del laúd—. Le llevaré también a usted. Así mirará más a quien anda llamando comunista.
—A mí no puede usted detenerme —gritó el viejo—. Pertenezco al Club Edad Dorada, patrocinado por el Departamento Recreativo de Nueva Orleans.
—Deje en paz a ese anciano, policía de mierda —chilló una mujer—. Es probable que tenga ya nietos.
—Los tengo —dijo el viejo—. Tengo seis nietos, estudian todos con las hermanas. Y son muy listos, además.
Sobre las cabezas del gentío, Ignatius vio a su madre que salía despacito del vestíbulo de los almacenes cargando con los artículos de repostería como si fuesen cajas de cemento.
—¡Mamá! —gritó—. Llegas en el momento justo. Me han detenido. Abriéndose paso entre la gente, la señora Reilly dijo: —¡Ignatius! ¿Pero qué pasa? ¿Qué has hecho ahora? Eh, oiga, quítele esas manos de encima a mi hijo.
—No le estoy tocando, señora —dijo el policía—. ¿Este de aquí es su hijo?
La señora Reilly arrebató a Ignatius la zumbante cuerda de laúd.
—Pues claro que soy su hijo —dijo Ignatius—. ¿Es que no ve usted el afecto que siente por mí?

N: Fragmento de esa estúpida, irrepetible y extraordinaria obra de John K. Toole, “La Conjura de los necios

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2 comentarios:

  1. No hay diferencias entre está obra y la realidad donde vivimos amigo,,,,,,,,,,,,,,,solo espero que más de uno no acabe como su autor dadas las circunstancias.

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    1. A mi, lo de su autor, me sirvió de ejemplo, sólo uno pero bueno. En el suyo fue un libro, en el mío un hijo y que sigo vivo. Buen fin de semana, amigo argy.

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