27 febrero 2014 - 2018
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“Y me permito hacerles un ruego: si en algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que transmiten mi libros, por favor créanselos. Créanselos porque me las he inventado”. (Final del discurso de Ana María Matute al recibir el Premio Cervantes 2010)
En el centro del grupo que se había formado delante de los grandes almacenes, se balanceaba violenta la gorra de cazador, un verde destello en el círculo de gente.
—Hablaré con el alcalde —gritaba Ignatius. —Deje en paz al muchacho —dijo una voz entre la multitud. —Vaya a detener a esas chicas que se desnudan de la Calle Bourbon — añadió un viejo—. El es un buen chico. Está esperando a su mamá. —Gracias —dijo, desdeñoso, Ignatius—. Espero que todos ustedes den testimonio de este ultraje.
—Vamos, acompáñeme —le dijo el policía con menguante seguridad. A su alrededor había ya casi una multitud y no se veía ni a un guardia de tráfico —. Vamos a la comisaría. —Así que un buen muchacho no puede ya ni esperar a su mamá a la puerta de un comercio —era de nuevo el viejo—. Convénzanse, la ciudad nunca fue así. Esto es el comunismo.
—¿Está llamándome usted comunista? —preguntó el policía al viejo, mientras procuraba evitar los latigazos de la cuerda del laúd—. Le llevaré también a usted. Así mirará más a quien anda llamando comunista.
—A mí no puede usted detenerme —gritó el viejo—. Pertenezco al Club Edad Dorada, patrocinado por el Departamento Recreativo de Nueva Orleans.
—Deje en paz a ese anciano, policía de mierda —chilló una mujer—. Es probable que tenga ya nietos.
—Los tengo —dijo el viejo—. Tengo seis nietos, estudian todos con las hermanas. Y son muy listos, además.
Sobre las cabezas del gentío, Ignatius vio a su madre que salía despacito del vestíbulo de los almacenes cargando con los artículos de repostería como si fuesen cajas de cemento.
—¡Mamá! —gritó—. Llegas en el momento justo. Me han detenido. Abriéndose paso entre la gente, la señora Reilly dijo: —¡Ignatius! ¿Pero qué pasa? ¿Qué has hecho ahora? Eh, oiga, quítele esas manos de encima a mi hijo.
—No le estoy tocando, señora —dijo el policía—. ¿Este de aquí es su hijo?
La señora Reilly arrebató a Ignatius la zumbante cuerda de laúd.
—Pues claro que soy su hijo —dijo Ignatius—. ¿Es que no ve usted el afecto que siente por mí?
Usted sabe que puede contar conmigo, siempre
CompañeraMario Benedetti
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo
si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro
o a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar
conmigo
si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense que flojera
igual puede contar
conmigo
Pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo
“La hermana Angélique Namaika es una monja congoleña que lleva una década trabajando en Dungu, una localidad remota y aislada en el noreste de la República Democrática del Congo (RDC). Ayuda a mujeres y niñas desplazadas que han sido obligadas a huir de sus hogares por los grupos armados, entre ellos el Ejército de Resistencia del Señor (Lord Resistance Army-LRA).
Se calcula que actualmente unas 320.000 personas se encuentran desplazadas en la región de Dungu a causa de actividades relacionadas con el LRA o por la amenaza de ataques. La brutalidad del LRA es bien conocida y los testimonios de las mujeres relatan la terrorífica naturaleza de los abusos a los que se han visto sometidas. El trabajo individualizado que realiza esta religiosa ayuda a las víctimas a recuperarse del trauma. Además de los abusos sufridos, estas mujeres y menores vulnerables a menudo se ven condenadas al ostracismo por sus propias familias y comunidades a causa de la difícil situación que han vivido. Se necesita un cuidado y tratamiento especial para ayudarlas a curar sus heridas y rehacer sus vidas.La hermana Angélique también fue desplazada a causa de la violencia en 2009. Conoce de primera mano el dolor de tener que dejar todo atrás y, en parte, es esta experiencia lo que la empuja día tras día a recorrer kilómetros en bicicleta por sinuosos caminos llenos de socavones para llegar hasta quienes necesitan su ayuda.En esta aislada región del noreste de la República Democrática del Congo, la religiosa ha dedicado su vida a ayudar a mujeres y niñas desplazadas para que lleguen a ser autosuficientes y sean de nuevo aceptadas por sus comunidades.”
MUJER, NADA ME HAS DADO
Nada me has dado y para ti mi vida
deshoja su rosal de desconsuelo,
porque ves estas cosas que yo miro,
las mismas tierras y los mismos cielos,
porque la red de nervios y de venas
que sostiene tu ser y tu belleza
se debe estremecer al beso puro
del sol, del misino sol que a mí me besa.
Mujer, nada me has dado y sin embargo
a través de tu ser siento las cosas:
estoy alegre de mirar la tierra
en que tu corazón tiembla y reposa.
Me limitan en vano mis sentidos
-dulces flores que se abren en el viento-
porque adivino el pájaro que pasa
y que mojó de azul tu sentimiento.
Y sin embargo no me has dado nada,
no se florecen para mí tus años,
la cascada de cobre de tu risa
no apagará la sed de mis rebaños.
Hostia que no probó tu boca fina,
amador del amado que te llame,
saldré al camino con mi amor al brazo
como un vaso de miel para el que ames.
Ya ves, noche estrellada, canto y copa
en que bebes el agua que yo bebo,
vivo en tu vida, vives en mi vida,
nada me has dado y todo te lo debo.
Pablo Neruda