sábado, 15 de julio de 2017

La chica de los zapatos rojos


15 julio 2017

- La vi pasar y no me miró  pero yo la reconocí,  sí,  era esa muchacha con faz de mujer madura que un día me contó una historia que me hizo entender alguna de esas cosas que nos cuesta asumir cuando la razón no la tenemos implantada, aún,  entre las neuronas que estimulan el culto a lo esencial, a entender eso que crea la necesidad de admitir los sentimientos como algo esencial.

- Quizás fue un sueño o quizás,  tan solo, una necesidad de creer que eso realmente sucedió,  pero mi memoria resucitó ese pasaje como si realmente hubiera sucedido alguna vez.

- Sucedió en un mes de Julio, en una larga noche de cena, copeo, danza y juerga venial entre familias de gente formal. Ella me explicaba una historia que le hizo cambiar su forma de entender la vida. Al principio, durante muchos meses después,  (quizás años), pensé, incluso,  que era una historia estúpida. Más tarde, mucho después,  cuando ya empecé a lucir canas, lo entendí:

"Mira, Enrique, terminé de trabajar y antes de ir a cumplir con mi rutina del día a día, (aguantar las intencionadas púas que me lanzaba mi jefe; las neuras existenciales de mi marido y sus poco ocultos escarceos con las faldas de su entorno; los estúpidos reproches de mi suegra que venía a cuidar de mis hijas mientras nosotros no llegábamos a casa y mientras mi alma me preguntaba por qué coño había llegado yo hasta aquí sin hacer nada de nada para impedir ese ahogo existencial que necesitaba matando), pasé por delante de una tienda de zapatos en Calle Gerona de cuyo escaparate me enamoré de unos bellos esbeltos y electrizanres zapatos rojos de gran taconazo que me dejó allí, enganchada al cristal, durante muchos segundos. No puede ser - pensé  - son 97 euros y no estoy para gastos ... y me fui en busca de mi bello utilitario para ir a aterrizar en mi realidad, esa de mis escasas alegrías.  Pero por el camino recibí una llamada de teléfono.  Paré escuché el mensaje y no pude evitarlo, me puse a llorar desconsoladamente. Me acababan de contar que Marisa,  mi mejor y adorable amiga, había muerto de un infarto fulminante al salir de la Peluquería a la que había ido para adornarse para la cena de su decimocuarto aniversario de boda de esa misma noche.  Me repuse,  arranqué el coche en dirección contraria y me fui a la zapatería  de Gerona y me compré los zapatos.  Llegué tarde a casa, todos me increparon por mi informalidad, marido, suegra y hasta las niñas  ... lloré, mucho, se asustaron,  me levanté les di las buenas noches y sin mediar explicación alguna me fui a dormir. Tres meses después vivía sola, estaba divorciada y acepté ofrecerle mis encantos a mi jefe, el cuál,  por supuesto, siguió viviendo con su mujer y sus venerables esencias de hombre cristiano, apostólico y empresario ejemplar. No soy feliz,  pero vivo como quiero y hago lo que me pasa por el chichi. "

- La chica de los zapatos rojos estaba ahí,  casi enfrente de mi ... habían pasado muchos años, Rubia,  Sesentona, Espléndida, Coquetona, de mirada al frente sin reparar en nadie como hacen las divas, de paso firme y elegante  ... no me miró,  no me atreví a pararla ... pero había algo en ella que me llamó la atención ... llevaba puestos unos elegantes,  altivos y relucientes zapatos rojos.



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