08 noviembre 2016
"Nada se consigue si nada se quiere; nada se ve si nada te asombra; nada se oye si no se quiere escuchar; nada se ama si nunca se ha sabido lo que es."
Asi nos recibía hoy Gael, ese poeta mexicano al que todos y, especialmente todas, adoran por su gestualidad tan sensual, por su desordenada y larga melena plateada, por su cadenciosa forma de hablar, por su arte a la hora de recitar sus propios poemas ... y que, como dice Gloria - (la bella boliviana que comparte nuestros amargos cafés de madrugada) - "es un amor de hombre".
Luces amarillas, paredes altas y viejas, lámparas vintage, sabor a café profundo; olor a mantelería vieja, a leche en polvo, a manta de algodón; sillas y mesas de hierro forjado con remate en mesa de mármol blanco beteado en negro; camareras con cofia y delantal; barra del mismo mármol con un frente, tras los baristas, con un inmenso espejo hasta el techo, de un limpio impecable y con un inevitable toque amarillento sensual; gente vestida para el más viejo de los viejos estilos de los viejos baretos del más viejo de los más viejos barrios de cualquier lugar de mi vieja ciudad ... o del más antiguo de mis más nobles pensamientos donde siempre creo estar viviendo en ese viejo París de mis más bellas alucinaciones.
Escuchar a Gael, en mi imaginación, es como sentirme cautivado por la belleza de mi más querida musa, la que da luz y aviva la brasa de mi ya caduca vida ... y que asombra mi creencia en un cruelmente irrealizable, pero posible, futuro. Creer, debiera ser poder ... aunque nunca lo fuere.
Enviado desde S6+Edge
enriquetarragófreixes