domingo, 30 de junio de 2013

L´Alou, el Carburo, las Vacas y el Perico


30 junio 2013


Cuando llega esta fecha, y nada tiene que ver con que un día muy lejano yo fuera futbolista, no, esta fecha marcaba el inicio de las deseadas vacaciones. Mis santos Padres, muy de ir a Lourdes y a Montserrat, pretendían embrujar a mi indeseada asma infantil y, para ello, me llevaban a ese caserío de L´Alou de mis amores y de mis sueños infantiles. De la Fonda de Can Pau pasamos a formar parte de la familia mas rural que yo jamás haya conocido, si, cada uno de mis hermanos acabamos en casas distintas, eran tres meses de éxtasis. Gente y costumbres entrañables que nunca se han separado de mi imaginación, ni de mi recuerdo. Ahora suben los coches pero en los 50 el camino se hacía a pie y en carro y con gran dificultad. Las noches eran largas y las lámparas eran de carburo. Ni teléfono, ni radio, ni nada. Si acaso un Civil que pedía pan o agua y el aullido del perro de Can Farré que anunciaba el paso de algún perdido caminante. Pan tostado al fuego de la leña de la chimenea, leche con un dedo de nata y ella junto a mi, me tenía abrazado, sentado yo sobre sus piernas, mientras me contaba algún cuento. No era necesario hablar, mirábamos las caras de los viejos que solo se movían para soltar un profundo y rutinario …… “Ay deu meu” y escuchábamos las “verdades” de los hombres que eran los que solían marcar el ritmo de las conversaciones que siempre se centraban en el “bestiá”, el “blat” y el “temps”, (animales, trigo y meteorología). ……………….. El Perico,  que era mi amigo y el feliz asno que venía de Can Torrents, se llevaba a mi hermana hacia allí, al otro lado del valle, tirando de esa inolvidable carreta, escuela de dolores y mareos como jamás haya habido alguna.

Las madrugadas eran tremendamente emocionantes … a las seis ya estaban levantando a los hombres y a los chavales mas mayores. Todos salían de estampida a la voz de la Padrina y su  “Amunt”, rápido y sin rechistar. Al rato se oía ese añorado campaneo de los cencerros de las  vacas que salían a comerse la montaña. Mi alma se iba con ellos deseando ser mayor, si, cuando fuera mayor me dejarían ir con ellos.

Ah, por cierto, mi asma se curó, sin medicación, ni tratamiento alguno. Solo me aplicaron tres meses de Naturaleza y vida rural, durante varios años. Luego, hasta que ya me tuve que ir a la Mili, volví siempre que pude. Ahora que ya soy mayor, ya no hay vacas y las que hay, según me han dicho, están inmóviles en un “alargado recinto de paredes de bloque de hormigón y cubierta de vulgar uralita”, donde las tienen atadas a un abrevadero electrónico, sin vida alguna, y donde se las ordeña con una máquina. Creo que ya no volveré nunca más, prefiero que viva donde está, así de rancio, como está en mi imaginación.