El reconfortante 1%

21 julio 2011

Hace pocos días decidí mandar un correo-e a mis amigos y a mis mejores conocidos, instándoles a recordar la existencia de aquellos amigos que siempre, por una u otra razón  deja uno de ver y contra lo cual, en un intento de suavizar las aristas de nuestra moral, nos pasamos media vida dejando la intención de “mañana le llamo”  en la maleta de las cosas pendientes y que nunca llegamos a hacer. Estupideces que las personas cometemos con facilidad y por tanto no es extraño que se nos nuble la vista de lágrimas cuando a través del Facebook, por ejemplo, acabamos descubriendo que todavía está vivo aquél primo que llevas mas de cuarenta años sin verlo y sin saber de él. 

Decía que mando esos correos-e cariñosos a unos 100 amigos, de los que, al menos, cincuenta son fijos y lo hago periódicamente, sin fecha fija, no lo hago por mi, pues yo ya tengo la carrera hecha, lo hago por ellos y por trasladarles mi experiencia en el asunto y para que me manden fotos, claro, es el tributo que les pido. Habitualmente el resultado es poco brillante, no mas de 10 contestan a ese correo-e al que yo le llamo atizador de las  brasas de la amistad, pero esta vez uno de ellos me sorprendió contestándome de una forma muy especial dejándome el alma confortada y la vista nublada con este sorprendente y precioso mensaje: “ … me había amoldado a ti como la cera derretida y ahora todo me cuesta, pero, Enrique, sigo haciendo caso a ese pensamiento de Mario que tanto me inculcaste en esa parte que dice; se que la gloria no consiste en caer nunca, sino mas bien en levantarse todas las veces que sea necesario - Phir Yaad Tum Aa Rahe Ho” (sic).

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