18 abril 2014
Hablando con Cohonesto, le contaba que por fin confesé con mi memoria, esa parte de la memoria que guarda las cosas que se hicieron bien. Confesé que curiosa, aunque sabidamente, cada día que pasa camino de los 100, más y más, me acuerdo de las cosas que me contaba mi abuelo, de las procesiones del Jueves Santo con romanos y su plumífero, de las noches en vela de mi Madre esperando que llegará el último de sus hijos, de los cantos gregorianos retumbones de mi querida Catedral de Santa María del Mar, de las matinales en el Cinerama de los 50 en el Paralelo barcelonés y de las lámparas de carburo que iluminaban nuestros nocturnos paseos en El Alou del Lluçanés. Me confieso y confieso que, entonces, cuando era un niño, ya era feliz. No es un brindis al sol, es lo que siento aunque, a veces, parezca, como veo en muchos, que sea lo que quiero creer.
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