Teníamos menos años que meses tiene el año, pero allí estábamos pidiendo leña y muebles viejos, casa por casa. La Guardia Urbana barcelonesa no paraba de pasar, bario a barrio, calle a calle, requisando y abroncando a todo aquél que pillaran con un leño en la mano. Era la noche de San Juan, la del 23 al 24, y nosotros unos niños adquiriendo una importante dosis de esa necesaria experiencia antisistema que por entonces, en el principio de la era franquista mas light, era el deporte nacional por excelencia. Todo estaba prohibido, quemar la Hoguera, también. Ahora, cincuenta años después, tenemos otros problemas que, supongo, serán mucho mas importantes que los que entonces teníamos, si, pero ya sabéis, no hay mejores tiempos que los vividos y, claro, cada cual, aún y habiendo vivido los mismos, son, para cada cual, muy diferentes.
Estas fiestas en días tan celebrados, no hacen mas que recordarme del muy largo camino recorrido, de las inevitables comparaciones en cuanto al equipo y carruaje y, especialmente en las manifestaciones de expresión. Anoche, en la cima del coperío festero, un chaval, hijo de un conocido, me decía: “Esto es todo una mierda, Enrique” y yo, dadas los condicionantes que imponía el lugar y el estado del herido interlocutor, no puede mas que decirle: “¿Tú crees, hijo, tú crees?”
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