19 septiembre 2014
Amanecer confundiendo los sueños con la realidad, es lo mejor que nos pudiera pasar si prestáramos atención a las emociones sin tener que quitarles el papel de plata con que solemos guardarlas en ese irreconocible espacio que todos tenemos en algún rincón del baúl de los secretos. Ves a esa anciana que se sienta a la puerta de su casa en el Barrio Obrero y que, con cara afable, te da los buenos días; a ese afilador que pedaleando su rueda amoladora y dándole aire a ese viejo y sencillo instrumento musical, nos advierte de su presencia. Reconocemos las campanas de Santa María del Mar y nunca las confundes con las de la algo lejana Catedral. La nocturna tos tabaquera del Señor Josep, ese enigmático vecino que las malas lenguas y el Isidro, (el tendero de la tienda de la Plaza del Hospital), decían que se comía a los niños que se portaban mal o llevaban las uñas sucias. La abuela del Avilés que amenazaba con contarle a nuestros padres lo malísimos que éramos cuando estrellábamos nuestra elaborada pelota de papel atado con gomas en los cristales de la ventana de su casa en el Pasaje Sant Pau. Ah, y ese trozo de Santa Piedra que recogí en la acera de Padre Claret que correspondía a uno de los mil trozos en que se convirtió la cruz de la Torre de la Iglesia por culpa de un rayo asesino. Todas esas cosas son ... las realidades de otro tiempo que, ahora, se han convertido en mis sueños, dulces sueños.
Enviado de Samsung Mobile Note III
Amic meu, me encanta leerte, cada vez más....................
ResponderEliminarAy, amigo Antonio, a mi me pasa lo mismo contigo. Un abrazo.
EliminarPues sí, son dulces sueños.
ResponderEliminarY de fácil e inesperada recupración, Tracy. No me lo explico como es que fluyen solos, sin tener que buscarlos.
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