sábado, 12 de abril de 2008

Gastón y Emilio



12 abril 2008

Cada vez que paso por el Mercado te echo una mirada y nos hacemos un guiño cómplice que nadie puede descifrar, vaya una abuela loca que anda guiñándole el ojo a las estatuas, pensará la gente; que piensen lo que quieran, a nosotros qué más nos da, ¿verdad? 

Últimamente vengo viendo a tu lado al mismo hombre, muy peripuesto no anda, las cosas como son, con un bric de vino junto a los pies y un burujo de ropas en el asiento, mirando a la nada o al todo sin pronunciar palabra, o sea: exactamente igual que tú. 

Os repartís como buenos amigos el sol que calienta el banco y el aroma de los puestos de flores, y no sé por qué estaba yo segura de que os contáis vuestras cosas sin que se entere nadie, sin que nadie alcance siquiera a sospecharlo. Porque, por lo común, la gente no sospecha que a las estatuas de bronce les guste contar cosas. 

Y se suele olvidar también de que los hombres solitarios, desaliñados y con pinta de mendigos tienen su historia como cada hijo de vecino, y si no la cuentan en alto es porque no hay persona viva que se siente con ellos a escucharla. 

Así que el otro día me he arrimado al banco, me he hecho sitio entre tú y él y, apoyando el brazo en tu duro muslo para apuntar mejor en el cuaderno, le he dicho: aquí me tiene, buen hombre; largue lo que le está agriando las tripas que se lo voy a sacar en los papeles, por si de algo sirviera. Aunque los dos (los tres, mejor dicho) de sobras sabemos que esas efusiones de sinceridad no sirven más que como desahogo, pero bueno: algo es, en estos tiempos ásperos de insolidaridades e incomunicaciones. Así que por un día Emilio, Emilio García por más señas, ha podido pegar la hebra con alguien más que con la estatua inmóvil de Gastón Castelló.Y me aclara Emilio que tú no hablas, pero dices muchas cosas; y que no sabe quién fuiste ni le importa, pero que sabe fijo que buen hombre tuviste que ser. Fíjate tú, Gastón, qué sapiencia y qué acierto: calcadito te ha sacado, sin haberte llegado a conocer. 

Anda Emilio jodido del ojo y el oído izquierdos, y de una pierna también, que resbaló en el suelo con un resto de verdura podrida y al caer se la hizo polvo. Y anda, mayormente, cabreado con una médica que le quitó "con equívocos, chantaje, premeditación y alevosía"el tratamiento que llevaba y de perlas le iba, y ahora se ve cojo, medio tuerto y medio sordo por los retrasos y las complicaciones, cerca de dos años en lista de espera para operarse, y nada. Del Albergue no quiere ni mentarlo, él sabrá por qué, así que como la paga que le ha quedado no llega a los 400 euros duerme donde le pilla: en un cajero, un portal o un banco de la calle a cielo abierto si el tiempo lo permite. Que debería estar operado hace la tira, insiste, porque tiene todos los derechos de la Seguridad Social de cuando estuvo trabajando en la central de Correos de Cibeles en Madrid; y que luego mientras pudo trabajó en lo que caía en Benidorm, La Vila y otros sitios de costa. Eso sí, de los ingresos en el hospital maravillas cuenta: como un señorito, oiga usté, bien comido y mejor tratado, que era apretar el timbre y presentarse la enfermera como una centella. 

Pero de la operación, ni flores.Emilio es castellano viejo, nacido en Palencia, la mili en Valladolid y la vejez al sol de Alicante como tantos jubilados, lo cual que él no es de los de adosado en urbanización. Que le han machacado la salud y le han quitado media vida con los equívocos médicos, se lamenta. Y que ahora echa de menos no haberse casado, porque sin hijos ni nietos está solo. Así que tú sigue oyéndolo, Gastón: sólo te tiene a ti.

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