sábado, 23 de enero de 2010

Atrapado por la estupidez y por la soberbia.




23 enero 2010: 

Esta mañana, leía la nota-e de un buen amigo, en el que me contaba que por un quítame una paja, no se hablaba con su hija, pues el individuo que tiene por yerno la tiene atormentada a ella, y a ellos. El chico no tiene trabajo, y no lo encuentra a pesar de ser licenciado en derecho y de intentarlo sin parar. El chico no tiene mala vida ni es un cualquier vividor de mal estilo, todo lo contario, algo de depresión laboral sí tiene, pero hace cositas sueltas, (hasta de cajero en Carrefour), pero es un “mort de gana” según su odiado suegro, y por eso, y solo por eso, no lo pueden ni ver.

La pareja, a sus 29 años, ya tienen dos niños de 3 y 2 años cada uno. La amargura de mi amigo, además de algo absurda, es totalmente artificial y lo que creo que le pasa, no es para explicarlo aquí, pero es fácilmente reproducible en cualquier lugar por donde voy. La familia es lo que es y, muchas veces, nos empéñanos en destruirla, sin razón alguna. Los momentos difíciles son para que se reciba ese calor que solo puede dar ese grupo, que algunos todavía llamamos familia.

Nada más lejos de ponerme al lado de aquél que no haga todo lo que puede, y debe, para llevar adelante sus cosas sin pedir que se las den hechas de antemano, pero en ese deber, no será justo que se condene a aquél que simplemente tiene la mala suerte de no tener éxito, o por lo menos el éxito que desearíamos para nuestros hijos, que, a veces, puede convertirse en una terrible arma de destrucción familiar, si no lo sabemos aplicar con habilidad y prudencia.
Mi amigo está atrapado, según me cuenta y, con toda seguridad, hoy lo va a arreglar. Espero haberle dado un buen consejo.

En mi caso, y al hilo de lo que le he contado a mi amigo, no sabría explicarlo muy bien, pero es cierto, sentirse atrapado por la felicidad, es algo que, cuando se experimenta, sabe a algo raro al principio, pero luego te vas a acostumbrando. Por una u otra razón, llevo once días sin ver a mis enanos y, con ello, a sus ascendientes. Y justo por eso, es entonces cuando te das cuenta que cuando te quedas sin algo que quieres tanto, es como si te faltara el aire. Esta vez ha sido por un motivo excepcional, pero no debe repetirse.

Afortunadamente, mis males, los de hoy, terminarán mañana.




 


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