lunes, 25 de enero de 2010

Saberte comprendido; un extraño placer que no encuentras en aquella a la que diste casi todo, aunque ya no sea la misma, ahora es solo la Metromala. (I)



25 enero 2010: 

Oyes pero no escuchas. ¿Cuantas veces nos hemos lanzado como un dardo, esa frase, unos a otros y sin distinción, al menos una vez en nuestra vida, bien sea a alguien querido, o no tan querido? Pues lo cierto es que nadie ha sabido quitarme la razón cuando lo he dicho. Quizás todos esperaban que, a continuación, fuese a soltar algún reproche y por eso ninguno de ellos me quitaba la vista de encima.  Estaban expectantes; ¿Qué nos va a contar este hoy?

Recuerdo que un día, a un querido abuelete que no es capaz de encender las pilas de su aparato para la sordera porque gasta mucho, intenté contarle algo sobre un asunto de la política emocional de los políticos y el impacto en la sociedad de la lujuria que ello provoca, pero vi que no me respondía y para inmortalizar el momento le conté que tenía un cáncer terminal y que lo mas probable es que no pasase de la semana próxima. Ni decir tiene que ni se inmutó, ni yo tampoco. Luego medité y me dije que el no escuchar no era un asunto prioritario de ese querido abuelete y lo cierto es que cuando te pasa, por donde vas, te das cuenta que nadie se inmuta cuando cuentas una barbaridad, pero lo peor es que yo tampoco lo hago. Y eso, solo quiere decir una cosa muy triste y que todos sabemos lo que es.

Pero volviendo a lo anterior, resulta que no ha pasado nada, o por lo menos no ha pasado nada de lo que ellos esperaban. Solo quería contar, y he contado en un importante foro, que ayer un buen amigo, muy básico, me aplacaba el espíritu cuando empecé a deslizar en la conversación algunas lágrimas por la herida que hace muy poquito la Metromala consiguió instalar en mi alma, cuando su indigno Picapleitos de barrio, un verdadero cuino,  se atrevió a contar en los de lo Social que: “Señoría ese  documento es solo fruto de una noche de juerga que dos excompañeros, ya borrachitos,   arman y falsean para atacar a la empresa para la que habían trabajado y así perjudicarla por el simple hecho de hacerlo”.

¿Pero y eso; como ha acabado, Enrique?”, me preguntan. Entonces les cuento que a esos Golfos, hijos de mala madre, (La Metromala, El Picapleitos y el JA), el juez les ha rechazado la Querella que habían interpuesto contra dos de sus mas fieles empleados, con la notable e indigna actitud, además, de haberlo hecho contra uno de los que, en su día y no hace tanto, era su  máximo representante en la zona, olvidando quién fue y lo que hizo por aquella.

¿Y entonces que vas a hacer, Enrique? – Pues no lo sé, todavía, me lo estoy pensando, pues por el oído derecho, (por el que aún oigo algo), me ha entrado la noticia que los mencionados “Cuinos” siguen haciendo de las suyas, presentando pruebas falsas donde sea necesario y contra quien haga falta hacerlo, sin preocuparles lo mas mínimo, ni los límites de la moral, ni el resultado que impone el mal, ni el fondo,  de lo que resulte, ni ante quién. – Piénsatelo bien, me dice uno de los viejos amigos que me escuchan,  pero no te compliques la vida, ya sabes aquello de que a todo Cerdo le llega su San Martín y tu victoria moral ya la tienes. El problema será para los que todavía siguen allí.

Y así, de modo tranquilo, me he ido a mi oficina de la Playa a disfrutar de un día feliz, donde el buen sabor que deja el sentirte escuchado, es mayor, muchas veces, que la de el propio éxito que pudiera desprenderse de los hechos por los que se deslizan las palabras.


 


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