29 agosto 2010
El título de este post le pudiera parecer a cualquiera, incluso a mí, una manifestación descontrolada de alguien que le da pereza la vida. Nada más lejos de la realidad, solo hace falta salir a la calle para darte cuenta de la cantidad de cosas que tienes para ver y hacer sin que aún las hayas imaginado siquiera. Solo se trata de ir viendo y observando a todo aquél que se mueve al rededor de la foto fija que ofrece el espectáculo callejero de cualquier lugar o ciudad como ha sido mi caso, hoy.
Ver al abuelo sentado en un banco del paseo hurgando en sus heridas o las calles semivacías en señal de que lo de madrugar no es cosa de muchos y mucho menos en un domingo cualquiera de verano, no es una novedad baladí. Si pasas por la Iglesia de la Parroquia, es ciertamente emocionante ver allí a personas que, fuera de todo rito, están allí postradas en sus plegarias en un acto trascendental e íntimo, aislados de todo síntoma terrenal y sin ninguna intención de dejarse ver.
Luego al quiosco de Antonio, mi confesión con Cohonesto, mi café matinal, mis “holaquetal” con todos aquellos que me quieren ver, completan uno de esos largos paseos, largos para mí, en los que te das cuenta que vas dejando la vida a fuerza de vivir. Recuerdo, vehementemente, que hace muchísimos años un niño dijo: “Papá: Cuando sea mayor quiero ser feliz”.
“Enrique, si no andas al menos dos horas al día, a tu ritmo, pero no dejes de hacerlo, puede que …” – Gracias mi querido Asesor, gracias, eso voy a hacer, o seguiré haciendo, seguro que lo haré, no hay mejor placer.
En esa parroquia de San Pedro pase de los mejores momentos de mi adolescencia cuando uno era unos de esos jovenes que ayudaban en misa y daba catecismo a los jovenes,,,,,,,cuantos recuerdos.
ResponderEliminarPor cierto tu post me recuerda que a partir de mañana de nuevo deporte, que ya está bien de hacer el "gos".
Los recuerdos son siempre felices, argy, fueran como fueran
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