jueves, 14 de abril de 2011

Escuchar, solo escuchar



14 abril 2011

Te pones a buscar soluciones a todas tus actividades del día y, zas, no lo puedo evitar, tengo toda la prisa del mundo y todo eso, pero me tengo que parar, me encuentro con ese amigo de los 90 que en General Shelly, pasábamos las noches más largas de nuestra  vida y las de cualquier terráqueo normal, en aquella época. Es increíble la capacidad creativa que genera en mi interlocutor esa pequeña frase hecha, lanzada de modo cortés y protocolaria, solo un simple “¿holaquetal?” genera media hora de incontenible verborrea que se me hace insufrible, no por la decadente poca gracia de mi interlocutor, lo es por la prisa que tengo y porque, seguramente, soy un egoísta. No puedo ni meter baza, ante un “tengo aquí un bulto”, que puedo colocar en la conversación, mi amigo me muestra veintidós bultos, tres hernias discales, una cicatriz que le parte el pecho y hasta me saca las pastillas para ponerse debajo de la lengua pues ya lleva tres operaciones de corazón y un marcapasos.

Al rato, y una vez veo que ya no llegaré a tiempo a mi cita en el Banco, me doy cuenta de que soy un egoistón, solo me interesa lo mío y mi amigo está necesitado de que alguien le escuche. Entonces. dando por perdido mi protocolo agendario de esta mañana, propongo que tomemos un café juntos, le cojo del brazo y entramos en el primero de la primera esquina, me dedico a simular atención e, incluso, se la presto, mi amigo cuenta cosas curiosísimas, me dedico a escucharle y observo que no dice tantas tonterías como pensaba, veo que está muerto de miedo porque la vida se le escapa, escucho que sus hijos están pasando una mala racha y que sus nietos han tenido que dejar de ir a Jesuitas para pasarse a otro Municipal estupendo, claro, que su mujer tiene cuatro mil dolores y que prefiere que él salga solo a pasear pues el dolor de huesos no le permiten moverse con facilidad, que … que …

Al rato, me he dado cuenta que él tenía los ojos algo menos tristes y muy brillantes y, como ya hacen demasiados de mis amigos, al despedirse, me ha echado un abrazo muy largo y dos mil palmadas en la espalda de modo que casi me rompe las gafas que siempre llevo colgadas en el pecho, consiguiendo, a la vez, que aflore el moquillo feroz que siempre asoma por la nariz en los momentos más inoportunos, luego se separa y otras veinte palmaditas, ahora en la cara, y con un cariñoso: “Estás echo un chaval, mamonazo, dale un abrazo a Maribel”, y él se marcha a lo suyo, tan feliz …
.

4 comentarios:

  1. Enrique,,,,,,,,,,,,es sencillamente PRECIOSO, tanto el gesto tan humano hacia tu amigo como el relato explicito de los sucedido. Gracias por se testigo de las cosas sencillas, las casi inperceptibles para la mayoria de "zombies" (con perdon) que andamos por las calles.
    Siempre lo he dicho, "estamos pidiendo a gritos que nos escuchen, que nos tengan en cuenta, en definitiva, que nos quierán".
    Sigue queriendo a los tuyos y a los menos tuyos. Me alegro de ser tu amigo, al menos 2.0.
    UN FUERTE ABRAZO (eso si, quitate las gafas)

    ResponderEliminar
  2. Gracias, argy, me has puesto colorado.
    Yo también me alegro de ser amigo 2.0 tuyo. Me he quitado las gafas y zas, un abrazote amigo.

    ResponderEliminar
  3. Si que es bonito el gesto. Me has recordado al libro "Momo", donde la niña protagonista apenas hablaba, pero poseia una virtud que no todo el mundo es capaz de desarrollar: el saber escuchar. Muy bueno el relato de tu vivencia amigo...

    ResponderEliminar
  4. Gracias, Antonio M, lo vais a conseguir, ya estoy, casi, con la cara colorada y bajo la almohada.

    ResponderEliminar

Este blog comparte contenidos con otro de mis blogs a modo de copia de seguridad, el uno del otro, hasta el 24 de febrero de 2023

https://enriquetarragofreixes.wordpress.com/