05 mayo 2012
La faz del ángel de la noche estaba pintada de un brillo como el de la cera, tras su piel se escondía todo aquello que no podía contarle al mundo. ¿Resentimiento, animadversión, animosidad, aborrecimiento, enemistad, cólera, furia, enfado, rencor, odio, envidia? Quizás ninguno de esos tenebrosos sentimientos sería el apropiado para mantener al Ángel con ese brillo que solo suele verse en los iconos de las vírgenes de las Iglesias. La digna soberbia que el despecho produce en aquél que lo sufre le impide mostrase con soltura antes que enojarse, indignarse, irritarse o molestarse en público. El mundo no debe saber que el Ángel de la noche está herido, todo el mundo debe ignorarlo, no sirven miradas de cariño, manos en hombro o caras de semental complaciente a la hora de impulsar sentimientos de entendimiento glacial que pudieran mostrar el mínimo haz de rayos de lástima, preocupación o ese aún mas odioso “quelevamosahacerquerida”. Todo daba igual, el Ángel se movía a su antojo, sin recato alguno, aquí y allá, todo el escenario parecía suyo y todos le dejaban moverse como quisiese, como si fuera la misma Diva de todos los dioses del mundo animal, como si nada le doliese, como si nunca hubiese sido rechazada, ella estaba dando muestras de algo que no se debiera llamar despecho, no, a eso, simplemente, debiera llamársele VALOR... y...
El Ángel se fue a su casa y los rastreros mendigos de la mierda a las puertas traseras de las cocinas de las casas de comidas, si, en esos lugares donde se sirven vísceras envenenadas y se reparten como cuervos los despojos de los demás. Malditos seáis, pensará el Ángel, pero lo hará sin chillar, sin hablar, sin un mal gesto, sin sangrar, sin querer, sin nada que mostrar, sin nada que decir, …………. sin nada, solo Valor.
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