30 octubre 2013
Estaba triste, llevaba sus tres de Marie Brizard y la lengua andaba lejos de las intenciones de su cabeza y solo obedecía los impulsos del corazón. Cantante en el París la nuit de los 60, amante de mil almas en busca de ser deseadas, solo encontró el amor a los 50 en que la mujer de su médico le cautivó. La quiso la deseó y, hasta, la disfrutó. Él nunca habla de ella, eso fue hace mucho tiempo, ocultó su amor en el rincón del alma que más duele, el rincón del desprecio, y nunca pudo perdonarle que tras unos meses locos de tortuosa entrega a los placeres del sexo y del amor mas carnal, ella decidiera romper con él porque amaba a su marido. Pero hoy su corazón sangraba, su Florence se ha ido para siempre. Un delator telegrama que yacía sobre la barra, arrugado y mojado, se lo acababa de anunciar. Fue su último deseo, el de ella. Le dijo a su marido: Si me muero, mándale un telegrama a Antoine y dile que nunca dejé de amarle.
Yo también conozco a varias de mis amigas que han preferido honrar el culto al machismo ancestral y han destrozado su vida por ello. MFG
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