13 diciembre 2013
Mira, Enrique, tú no sabes lo que es estar jodido. Estar jodido es ser gordo y tener hambre, que todo el mundo te lo diga y que además tú cada vez más te hundas más y más, en esa depresión que produce ser gordo sin remedio. Te abstienes de casi todo o de la mitad de casi todo y la báscula no te perdona. Que andas tres horas diarias y no sirve de nada, bueno, si, sirve para que pilles un hambre de colero de Cáritas. Ir a ponerte el pantalón y ves que te lo tienes que abrochar en las rodillas y luego, haciendo un singular contorneo, irlo subiendo poco a poco hasta la cintura. Que cada vez que cambia la temporada te espera la bronca de turno: “¿Pero cómo que no te cabe la camisa?. Juan, te estás poniendo como un cerdo”. No te digo, ya, si lo que no te cabe es el abrigo; “Pues no te vas a comprar nada hasta que te adelgaces … tú mismo”. Lo peor ¿sabes, Enrique? es que nadie ayuda. Nada como decirle a un fumador que apesta o a un gordo que está seboso como un cerdo, para que ni lo intente. Nadie te pregunta por qué, ni como solucionarlo. Es como lo que tú contabas hace unos días en uno de esos blogs parroquiales que tienes y que me apunté; “Acostumbrarse a la discapacidad de los demás, al parecer, no es fácil, olvidarse de su existencia es cruel”
Y Juan se ha ido sin que pudiera decirle que yo, al menos yo, le comprendo.
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