Imagen: Yuichiro Miyano
21 junio 2014
Acudir a unas exequias de un viejo amigo profesional trae, siempre, un preludio y un final de acto que se convierte, inexorablemente, en lúdico. Es como si nos viéramos en el espejo, las canas, el aspecto menos erguido de algunos y las calvicies de otros, no evitan manifestar el paso del tiempo. Yo siempre fui el más joven aún y habiendo sido el jefe de muchos de ellos, pero ahora ya no hay respeto alguno por las formas, ni por condición alguna, todos somos, ya, miembros del cuerpo nacional de profesionales retirados con paga a costa del erario público al que contribuimos a engordar durante mas de cuarenta duros años. Todos cuentan sus cosas, las alegres y las de que se trate de saber quien la tiene más gorda, salen, siempre, hablando en grupo, pero las más crueles y reales, solo se cuentan cuerpo a cuerpo, uno a uno. Que uno tenga dos hijos separados, con más de cuarenta, viviendo con él, que otros llegaron a casarse hasta tres veces con la otra de turno o que algunos las pasaron putas para llegar a los 61 para jubilarse anticipadamente sin que nadie les ayudara en modo alguno, es algo que no hace falta ir al tanatorio para saberlo o para que te lo cuenten de forma rabiosa y, a veces, emocionada, no, lo que más me ha impresionado es escuchar el relato de Pedro, un gran Jefe de Obra que conocí en Valencia en el 95.
Pedro, en el 98, se fue a Brasil, trasladado por su empresa, con toda la familia, a construir un gran proyecto inmobiliario en el Norte del País, la inmobiliaria que allí los llevó se arruinó por golferías de los socios que desviaron el capital a otras fallidas inversiones menos legales y él, Pedro, tuvo que quedarse en el País para liquidar el cobro de la deuda que la Inmobiliaria Concursada debía a su Empresa, mientras su familia retornó a España. La estancia se alargó un año y medio y él se lió con una Ingeniera argentina que le reía las gracias en las largas noches de soledad y se lió tanto, que cuando consiguió terminar su labor en la liquidación de las obras, se quedó allí un años más hasta que la Ingeniera lo abandonó por un camarero zumbón de prietas carnes y pocos años. Pedro aguantó medio año más allí, en Brasil hasta que, avisado por sus hijos de una grave enfermedad que contrajo su esposa, volvió a Valencia llegando justo, casi, para solo poderla enterrar. Pedro se quedó solo y sin el calor de sus hijos, y ni siquiera sus antiguos amigos le respetaron el trato, pues nunca le perdonaron lo que le hizo a Rosa, su mujer. Pedro, me contaba ayer, lo arrepentido que estaba de todo lo que había hecho en y de, su vida, soportaba bien tenerse que buscar nuevas amistades en los parques, en los bares y hasta en los centros de día para ancianos, pero lo que no podía soportar era la soledad de las noches y de los momentos del día en los que él la necesitaba recordar. “Me acuerdo de Rosa, Enrique, como pude ser tan cabrón. Tumbarte en la cama y extender la mano hacia el otro lado y no encontrarla, no sentir su aliento en mi cogote al dormir, no escuchar ruido alguno en la cocina mientras nadie te prepara un café, ver su foto por todos los rincones de la casa, pensar en aquella rara forma en que me cortaba el pelo y me peinaba todos los días del año, abrazarla al llegar del trabajo, sentir como me escuchaba cuando le contaba la cantidad de cabronadas que me hacían los ineptos Ingenieritos dela Empresa, cogerle de la mano en aquellos largos paseos por la Playa de Las Arenas de los domingos mientras ella llamaba la atención de los niños, todo eso , esos recuerdos, son un martirio para mi. Es una verdadera putada, Enrique, ver el tiempo que he perdido, el que he malgastado por no saber ver lo que tenía y nunca supe usar. Ahora me levanto sin rumbo, sin ganas de hacer nada, solo vivir hasta que me toque, bebo hasta que me harto y mientras tengo un euro en el bolsillo, apenas como y solo aspiro a que mis hijos algún día me perdonen”.
La vida, mi vida, (quizás influya en ello mi carácter actual), pasa, en este momento vital, por que otros me cuenten el resultado de coger otros caminos a los que la vida, cruel e intensamente, te ofrece en cada cruce del camino.
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