martes, 10 de junio de 2014

Juan, Puri y el otro lado de la verdad


Pintura: Angela Bandurka

10 junio 2014


Juan le pegaba al tabaco y al Ron, como un cosaco y no sólo al ron, cualquier licor le parecía bien, pero como su pensión no le daba para tanto y ya no podía ir de bar en bar, de copa en copa, al jubilarse decidió montarse la bodega en casa. Decía que tenía insomnio, se quedaba en el salón, frente al televisor, y de un rincón de la librería sacaba su líquido mortal que lo atontaba hasta quedarse dormido en el sofá. A las siete lo despertaba Puri y lo mandaba a la cama, a dormir la mona hasta la hora de comer. Juan cada vez bebía más y comía menos y como su relación con Puri empezaba a ponerse tensa por culpa de las botellas escondidas en la librería, en la cocina, detrás del bidé y hasta en la maceta de la terraza, él decidió buscarse soluciones alternativas. Se hizo de una asociación de amigos por la numismática y allí, en el bar del local, tenía su escape. Cuando salíamos a cenar, Juan se abstenía bastante, no obstante, a la segunda de vino ya empezaba con esa risa floja tan característica de los del pipiripi-pipí y Puri se desvivía por protegerle contando que … “como no bebe,  enseguida se le sube a la cabeza” y cosas así. Juan, que me lo contaba todo, no parecía afectado y a los tres años de jubilarse entró en la irremediable cirrosis hepática. Mala suerte pues solo cuatro de cada diez mil la pillan, pero le tocó a él y a pesar de ser una enfermedad que normalmente hace abstemios a los más borrachos, a Juan “nadená”. A escondidas, en el club, en el bar de Benalúa, en fin, en cualquier sitio, Juan seguía empinando el codo a diestra y siniestra, sin recato, ni arrepentimiento alguno. Aguantó casi dos años así, con una locura y un  desenfreno total. Otros tres meses en el Hospital y una buena mañana de otoño de hace dos años, murió. Ese mismo día por la mañana, muy temprano, fui a verle. No podía moverse ni parecía poder hablar, me hizo un gesto y parecía querer hablarme. Me acerqué, puse mi oído en su aliento y con un escaso hilo de voz me susurró: “No tuve más remedio, Enrique, era inaguantable, no podía vivir así … ” – Estuve mucho tiempo intentando comprender lo que quiso decirme Juan, ahí, en su lecho de muerte, hoy, dos años después aún no había conseguido hacerlo.

Esta mañana vi a Puri, estaba con un grupo de amigas en una muy conocida plaza del centro tomándose un té en la terraza del Quiosco. “Siéntate, Enrique, y me cuentas como te va” – El como te va acabó con un constante … “Enrique lo sabe, mi marido apenas bebía, que mala suerte tuvo, pillar una cirrosis ¿Quién nos lo iba a decir?” – Luego, de vuelta a casa, empecé a darle una oportunidad a mi imaginación y quise empezar a entender lo que quiso decirme Juan aquella mañana, su última mañana.


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