Pintura: Alexander Millar
09 junio 2014
Eran una pareja excepcional, casi normal y muy enamorados, sí, de las clásicas parejitas que se conocieron, se trataron y se casaron, (por ese orden), en los 60. Pedro siempre fue un gran emprendedor y desde su Salamanca natal se trasladaron a Torrevieja en los 70, (donde habían veraneado alguna vez con los padres de cada uno), para montar un negocio de restauración que les salió de maravilla, eso sí, trabajando día y noche sin descanso donde solo cerraban los domingos por la tarde y hasta el lunes a la hora de los cafés, pues si habrían mas tarde de las siete de la mañana ellos creían que el personal se fugaría a otros locales. Criaron tres hijos, dos niñas y un chaval más rubio que el sol. A los niños se les dio carrera, como debe ser y mientras las chicas estudiaron medicina, una y abogacía, la otra, el chaval quiso ser y fue, Ingeniero de Telecomunicaciones. Justo con la llegada del euro, sus hijos, ya con carrera los tres, acabaron ejerciendo su profesión en Madrid, donde fueron a vivir para desconsuelo de Pedro y María. Dos años mas tarde, María murió de un cáncer galopante de ovario y Pedro se quedó más solo que la misma una pero resistió en su local, cada vez menos brillante y ocupado, hasta hace cuatro años, justo cuando cumplió los 65 y se jubiló. Una de sus hijas, consiguió una plaza en una Clínica de Alicante hace un año y se instaló en una zona de lujo de la Playa. Se llevó allí a Pedro a vivir, aunque antes le propuso un trato que no era otro que el de que él, Pedro, vendiera su local y su casa en Torrevieja para que ella, la hija, pudiera aminorar la Hipoteca de la lujosa mansión que acababa de comprar y no podía pagar, claro, y que, además, sus 1.260 € de pensión, los de Pedro, se los ingresara a ella en su cuenta para hacer causa económica común.
Ahora, Pedro lleva los niños al colegio por la mañana temprano y los recoge por la tarde pues la madre de los niños sigue ocupadísima saneando la salud de los incautos que caerán en sus manos. Luego, por la tarde, los lleva al Parque cercano de casa y, a veces, hasta les compra un helado, pero eso le cuesta una indigna y despreciable, bronca de la galena que no es la única que se atreve a hacerlo pues hasta la Boliviana se queja a su señora de que su Padre no para de manchar el suelo del baño con sus orines, que deja todo por el medio y que pone música a tope de volumen, de los Stones y todo el día. Ah, y con su yerno, como siempre está de viaje, no tiene apenas trato alguno salvo el de las noches de fútbol en el sótano, soportadas con paradisíacas barritas de centeno y birra sin alcohol.
Algunos días, Pedro se sienta a mi lado en ese banco favorito que ya compartimos varios de los “sinrumbo” y que allí dejamos caer, a veces con estruendo, lo que queda de nosotros. No habla mucho pero me cuenta sus cosas, se tira pedos y fuma, dice que hace lo que le da la gana, que ese es el único sitio donde puede hacerlo, pero un día de esta semana, con un semblante pálido, muy pálido, y mientras se despedía, me dijo: “Enrique, no sé lo que he hecho, pero no esperaba acabar así”.
que hermoso micro relato
ResponderEliminarlleno de sensaciones que se pegan a la piel mientras leo tus palabras
felicitaciones escritor
Gracias, Mucha, has conseguido que me ponga colorado.
EliminarUn abrazo.
Pedro ha hecho lo que la mayoría de nuestros progenitores, cuidar tanto de su familia y renunciar a tanto por ellos que se olvidó de él.
ResponderEliminarNunca esperes de un hijo, lo que has recibido de un padre, pues te engañas.
Precioso relato, un besillo primor.
ASÍ ES, DETALLES, NO ESPERO YO OTRA COSA, PERO SI CAE ALGO, LO RECOGERÉ CON MUCHO GUSTO Y ALGO DE EMOCIÓN.
EliminarMIL GRACIAS POR ANDAR POR AQUÍ.
UN BESOTE-E.
Demoledor Enric...............es increíble la cantidad de cosas que ocurren cuando uno se para a observar, verdad amigo?
ResponderEliminarSí, amigo argy, basta con escuchar. Hay mucha, pero mucha, gente con ganas de contar algo a alguien y no siempre encuentran a quien.
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