sábado, 18 de octubre de 2014

La educativa miseria de la necesidad




18 octubre 2014

Marina es de esas chicas que parece que cada mañana, al salir de casa, pisa una hez de cabra pues su suerte anda siempre entre las espinas de las cloacas de la realidad. Cuando conoció a su marido, un célebre, afamado y acaudalado ingeniero de caminos de los de la era de los 90, tras un año de noviazgo se casaron y tuvieron dos hijas. Por culpa del trabajo de él, se fueron a vivir a Marruecos y allí, una mala fiebre de una mala epidemia de “nosequé” acabó con él tras tres años felices de matrimonio. De eso habrán pasado, ya, más de quince años, pero Marina, desde entonces, no levanta cabeza. Hace unos años un tumor cerebral la dejó fuera de combate social y laboral, durante largo tiempo, después, al poco, le practicaron una mastectomía en ambos pechos, todo lo cual lo ha ido superando con mejor o peor suerte, pero, siempre, con buena cara. No tenía problemas económicos, (su marido era muy solvente y ella venía de buena familia), pero los empezó a tener cuando una de sus hijas, hace un año y cuando la niña tenía caso veinte, le pidió dinero para montar una red de tiendas de compra y venta de antigüedades con su novio, negocio que le está sangrando la vida y el bolsillo, dada la escasa dedicación y oficio de la niña y del novio.

Anoche, en uno de esos largos y extensos “holaquetal” que se producen en las preconferencias de los viernes, vimos a Marina. Lo cierto es que estaba guapísima, venía acompañada de un elegante sesentón, médico del Hospital General, y casi sin apenas tiempo para que nosotros pudiéramos reaccionar nos contó algo de todo lo que acabo de contar sobre ella pero acabó la escena con un llanto desconsolado cuando nos contó que venía de pasar un mal trago por culpa de su otra hija, con la que se lleva fatal, pues ésta siempre le ha echado la culpa a Marina de que su padre muriera de una estúpida enfermedad y por no obligarle a que se lo hiciera ver por un médico. Pues bien, resulta que la niña, que ya tiene diecinueve, se fue el miércoles a cenar con unas amigas y no volvió a casa hasta esta mañana. Dieron parte a la Policía, la buscaron en los Hospitales y nada de nada. Resulta que después de cenar se marchó con una de esas amigas, que son siempre el demonio en standby, a tomar copas o mejor dicho, a tomárselas todas y a saber qué más hicieron, pero el caso es que antes de aparecer llamó a su madre. Conseguimos preguntarle sobre cual era el estado de la niña y de la reprimenda que le habría echado por su “gesta” y ella, entonces, nos dijo algo que nos dejó, a todos, muy pensativos: “Mirad, no, no le eché ninguna bronca, no, el caso es que casi me alegro de que haya pasado. Ella llevaba muchos años despreciándome y ayer me llamó para que la fuera a buscar y cuando llegué … me abrazó y así estuvimos un largo rato. Nunca lo había hecho. Yo soy su madre y creo que hoy ha comprendido que lo soy y que yo estaré siempre a su lado haga lo que haga. Las cosas, en adelante, irán mejor con mi hija … estoy contenta”. Acabamos abrazándola y deseándole toda la suerte del mundo, nada más, pero me ha parecido una historia que era para contar y para meditar sobre lo sucedido. 

Y eso he hecho, contarlo y meditar sobre la dificultad que hoy se le presenta a los padres para que tipo de educación deben mostrar ante sus hijos y que parte en ello tiene la suerte, las malas compañías y las malas prácticas que el día a día ofrece a esos jóvenes inconformes, inmaduros y que, en muchos casos, nunca han conocido la educativa miseria que ofrece la necesidad.


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