08 Noviembre 2014
Pepe, jubilado exsindicalista de oficio, que lo será, como dicen de los toreros en lo suyo, hasta que se muera, lloraba mientras me contaba que aspiraba a que su hijo, algún día pudiera ser lo que él nunca pudo ser, quería que fuera Ingeniero igual que lo era aquel hijo de su madre que era el jefe de obra de la primera obra que el tuvo y que acabó casi mandándolo a la cárcel por sus actividades sindicales. Recuerdo que su hijo, hace ya algunos años, me contaba que su padre solo tenía ojos para el hijo de su hermano mayor que era el niño perfecto, guapo alto, el primero en todo y un empollón de primera que acabó siendo arquitecto en contra de la voluntad del padre. Él, por contra, era un “pringao” (sic), no le gustaba la ingeniería, no le gustaba las obras y su padre, en modo alguno, mostraba ningún cariño por él, ni por nada de lo que hiciera o quisiera hacer. El niño se fue de casa y hoy es un gran Chef de cocina de un importante restaurante de Madrid. Se llevan bien, el Chef y su padre, claro, pero Pepe llora porque su hijo no fue lo que él quiso y no pudo, ser.
Cuando alguien me cuenta algo sobre los logros de los hijos, me acuerdo de Él. Siempre recordaré que Él fue duro conmigo, sí, y con todos mis hermanos, también. “Si no apruebas, ya sabes hijo, te pondrás a trabajar”. Y lo cumplió. En el 66 una huelga salvaje universitaria que duró los últimos cinco meses del curso, hizo que suspendiera y, a pesar de todo, me puso a trabajar. Desde entonces no suspendí jamás. Él quería que fuera Perito Eléctrico que es lo que era su jefe, pero a mi me acabó gustando ser el Rey del Ladrillo Bien puesto y me fui a Pedralbes y cuando aún no había cumplido los veinte, acabé la carrera. Él siempre soñó, una vez decidido que yo quería ser el Caudillo de la Construcción, ver mi nombre en un cartel de esos que se ponen en las obras donde anuncian quien dirige y quien construye. Firmé muchísimas obras pero en ninguna salía mi nombre, no había costumbre de colocarlo en las obras pequeñas y cuando, por fin, lo conseguí … Él ya había muerto. El día que le traje mi título a casa no me dijo nada, solo me abrazó y lloramos juntos un buen rato. Supongo que, allá donde esté, Él sabrá lo mucho que lloré el día que vi mi nombre en ese bendito cartel.
Los Pepes y sus hijos, y los muchos Padres del mundo, no debieran o debiéramos, equivocarnos a la hora de matar nuestras frustraciones en los logros de nuestros hijos. Dejarles actuar sobre sus ilusiones de futuro, un acierto, lo contrario, sin ser ciencia exacta … un error.
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Me emocionado con tus lágrimas.
ResponderEliminarNo sé si lo siento o si me debo alegrarme, Tracy, pero me ha gustado que me lo dijeras. Gracias.
EliminarYo sólo deseo que mis hijos sean felices, supongo que es otra de mis frustraciones.
ResponderEliminarBesotes grandes.
Eso es un deseo, para cualquier padre, que hace que perdamos muchas plumas en nuestro camino, detalles. Seguro que tu eres una gran madre, rebosas sensibilidad.
EliminarUn gran abrazo-e y feliz noche.