28 noviembre 2014 – 2013
Estando en Lanzarote, allá por el verano del 86, construyendo un hotel en Teguise-Playa, tenía por costumbre comer con todo el equipo, casi a diario, y los domingos también con ellos y con las familias de los allí desplazados desde la Península. Uno de los encargados, un sábado, se responsabilizó de comprar la carne y el resto de comidas y bebidas para la fiesta. Por la mañana se fue a un corral de un pastor amigo, con toda la familia, y se trajo un cabrito que el hombre, con una habilidad fuera de lo común, cocinó en el magnífico horno de su apartamento. Cuando lo sacó a la mesa y, de modo cruel, contó que era muy fresco por que esta mañana mismo había estado saltando y jugando con los niños. Todos los niños y algunas mujeres, se quedaron horrorizados, se levantaron y se fueron al jardín a llorar la pena y sin probar bocado alguno de nada. Juraron no comer jamás un cabrito o bicho parecido. Muchas veces todos y todas, habían comido cordero y cabrito pero ese día les pareció un asesinato. La diferencia estribaba, con lo sucedido otros días, que a aquel inocente animalito, lo habían conocido.
Esta historia que suena a cuento pero que es absolutamente real podría trasladarse a muchas otras situaciones de semejanza posible. Un buen amigo que viaja todo el año por ser miembro activo de una ONG que actúa en América Central siempre me dice: “Si alguna vez tuvieras la suerte de ver “in situ” lo que hacemos allí por la pobreza, por la educación, por la enfermedad … en fin, por esas benditas criaturas, seguramente, no darías 21 € al mes, tan solo, darías todo lo que tienes”.
Cierto Enrrique, el cariño invita a acariciar, mimar, proteger,besar, etc. El odio a todos los antonimos.
ResponderEliminarMi saludo y aprecio
Gracias, ruradensiun. Un honor verte por aquí.
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