miércoles, 25 de noviembre de 2015

Pepita, Andreu y la hucha roja de mi abuelo Enric



26 noviembre 2015

Será, seguramente, que como mi querida nuez, la glándula sexual masculina, ha decidido atacarme de modo poco simpático y me ha dejado en la vía muerta con una pierna en Moscú y la otra en Madrid, absolutamente desparramado, pues, decía, que será eso lo que me ha puesto el alma tierna a la que alguna lectura nocturna habrá ayudado a ello, entre sueño y sueño.

Me acordaba cuando justo en el 57, celebrando la fiesta de Navidad en casa de mi abuelos, noté que mi abuelo había desaparecido. Busqué, pregunté y nadie sabía donde ni cuando había desaparecido. La abuela Rosa, decía: “quiá donde estará, Enric, quizás haya bajado a Santa María del Mar a sus cosas, ya sabes como es él”. Al cabo de un buen rato, Él apareció. Llevaba los ojos muy brillantes y la cara muy roja, pensé que esa era fruto de los fríos de la calle. Me eché en sus brazos y le declaré mis amores y mis miedos. Él me llevó a la cocina, se sentó delante mío y me dijo: “Enric, te voy a contar un cuento: Una vez había una ancianita a la que le habían declarado una enfermedad terminal y, aunque ya era muy mayor, ella se resistía a marcharse sin su querido Andreu. Pero Pepita que así se llamaba esa anciana, oyó que en una mañana de Navidad llamaron a su puerta. Apareció un vecino que la abrazó y le dio, Turrón y Champán, a la vez que le entregaba un preciosa hucha de color rojo ladrillo que estaba a rebosar. Le dijo, el vecino, que se lo quedara, que lo usara para llamar a toda su familia y preparar un festín en la misma falda de la montaña de Montserrat, en Collbató, en un restaurante que Pepita siempre añoro volver desde que se casó con su Andreu. Pepita lloró y se le abrazó, (decía mi abuelo), pero hijo, esas cosas se hacen de alegría, llorar no es siempre de pena, Enric, apréndelo por siempre, hacer bien a los demás es, siempre, una buena idea.”. Yo no recuerdo si lloré o si me emocioné, porque era muy pequeñito, apenas tenía 8 años, pero si recuerdo que al rato apareció mi madre en la cocina y sin mediar palabra alguna, de momento, le echó un abrazo a mi abuelo en el que se fundieron durante largos y largos segundos, los dos entre sollozos. Mi madre, al fin, se separó de Él y le dijo: “Papá: Ha estado aquí, Andreu y … eres un Santo, Papá, ahora no podrás comprarte ese libro de caballerías por el que siempre suspirabas, pero yo te quiero y te querré siempre, Papá”

Será que La Navidad, que ya está aquí porque ya ha llegado a El Corte Inglés, me influye mas de lo debido, siempre, cuando se acerca. Claro, ya se que hay gente que no quiere celebrarla, pero todos sabemos, habitualmente, por qué. Llamadlos y darles la opción a celebrarlo con vosotros, por favor, quizás sea ese el motivo por el que no quieran celebrarlo, no tienen con quien hacerlo.

Yo me vuelvo a mi lecho del dolor, iPad en mano, y aunque mi actividad virtual, en los próximos días será la que pueda ser, me acordaré mucho de todos vosotros. Feliz semana, o lo que queda de ella. No la desperdiciéis.


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