Fotografía de Rafael Sanz Lobato
(Claramente, es una reunión de médicos)
11 marzo 2017
Ir a un Hospital o una Clínica, es siempre una experiencia poco religiosa pero muy fecunda en lo que a cuestiones de moral, animosidad y capacidad de sufrimiento se refiere. Me resulta fatigoso, pero muy enriquecedor, advertir como la profesión médica es la única del mercado profesional que trata a sus clientes como verdaderos energúmenos, es decir, los trata sin ningún respeto y, además, de modo inexplicable, tanto como grotesco, pues consiguen que, tras hacerte esperar una hora, mas o menos, para que te atienda, salgas convencido de que te están haciendo un favor y/o que te están salvando la vida, lo cual sin dejar de ser cierto, en parte, podríamos todos decir lo mismo cuando nos dedicamos y conseguimos, hacer nuestro trabajo diario de forma diligente. Bueno, al grito de “¿Mamá por qué no me hiciste médico como yo quería?”, resistiré a eso de meterme mas con ellos, con los médicos, pues entre ellos, también, dispongo de los mejores ejemplos de profesionalidad y buen hacer.
Pues bien, ayer, una compañera de asiento en esas ya entrañables, tanto como inexplicables, esperas para que te atienda el médico con el que has concretado un cita, contaba algo que me resultó, ciertamente, aleccionador, lo cual confirma que en mis “paseos” por los centros hospitalarios siempre encuentro algo que me hace sentir, extrañamente, vivo y muy feliz de estarlo que, aunque parezca lo mismo o, al menos, debiera serlo, resulta que no es igual.
Contaba esa “asentada” vecina que, mas o menos, se moría, así como lo cuento, tenía un cáncer terminal en el bajo vientre y que ya le afectaba a varios de sus órganos vitales. Su marido, que acababa de levantarse para ir a aligerar su vejiga, no sabia nada de nada y me contó que no lo sabía por amor - ¿? - Contaba que nunca lo contó a nadie porque pensó que si no le daba importancia y lo ignoraba, el mal se cansaría de ella y se iría. Finalmente comprendí, tras su corta pero intensa confesión, que tenía razón, no lo había contado nunca por amor hacia ese setentón que estaba en los lavabos; “Es muy miedoso, me quiere tanto que no lo podría resistir”. Esa mujer hizo ayer mucho por mí, me hizo comprender tantas cosas, si, de esas que no damos importancia. Son tantas cosas y tantos motivos para vivir que resulta extraño que alguien no quiera darle la mano a ella, a la vida, para sacarla a bailar el próximo vals.
Cómo de una visita médica se puede hacer un hermoso canto a la vida, eso que muy pocos hacen como tú. Y es que los demás, esos con los que te cruzas cada día en alguno de los sitios que frecuentas, o no han sabido o no son capaces de amar todo lo que nos rodea…sea lo que sea. Buen sábado casi, casi veraniego.
ResponderEliminarRecorrer esos caminos es lo que tiene amiga maría paz. Escuchar, oír ... ayuda a sentir.
EliminarUn abrazo muy fuerte, de sábado muy primaveral
Qué fuerte tiene que ser esa mujer. La admiro.
ResponderEliminarBesos y feliz domingo, amigo.
Lo cierto es que hablando con ella, y sin meditarlo, no te das cuenta de nada, amiga Celia. Gente dura, muy dura, gente buena.
EliminarFeliz tarde