Nadie quiere morirse

27 octubre 2017

Vas donde siempre, te acercas a la ruleta del número de turno, tipo supermercado, huele a humanidad, a tos, a sobaquillo, a pañuelo enmohecido y a colonia 1900. Tomo el número y suelto un enérgico: ¿Quien tiene el 38? – Un ancianito, en el fondo de la sala, con cara de llevar ahí desde agosto, dice; “Servidor”, a la vez que levanta la mano como hacíamos en los colegios del franquismo. Me siento, pero alejándome de la puerta de lo que parecía el callejón de la muerte. Una señora con bata blanca, tal la mismo Chelito, pasa por nuestro lado soltando una mirada que no he sabido interpretar si era de lástima o de tipo lascivo sexosensorial absurdo. Van llegando los amigos de ese callejón y, uno a uno, cogen su número y se repite la escena una y otra vez; “¿Quien tiene el 42, el 56, el 73?”. Mirando hacia ningún sitio, me ha venido a la memoria las escenas de alguna película de Berlanga. Me despierta de mi ensimismamiento una dulce y anciana señora qué con su tacataca a cuestas, me pide si sé donde está el rulo de los números del turno. le acompaño y se lo doy, le toca el 87. Veo que se levanta el 38 y se pone en la puerta donde inyectan la cosa de la antimuerte y voy para allá. Me siento al lado de la puerta y veo al anciano del fondo rompiéndose el cuello cuando vuelve a pasar la “Chelito”. La simpática anciana del tacataca empieza a entablar conversación con la señora de las muletas que está en el banco de enfrente y de ahí sale la frase que me ha marcado el día; “Venimos porque nadie quiere morirse”.

Irse de vacunas antigripales es como una fiesta, la fiesta de la vida y, seguramente, de la muerte. Nada como una sala de espera de un Centro de Salud, área vacuna antigripal, para que aprecies la vida y lo que te queda de ella, mas que nunca.

Feliz tarde/noche y ah, hoy es “un día más”. Nos vemos.

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enriquetarragófreixes