miércoles, 12 de junio de 2019

El amor de una ucraniana, el de la Pampa y mi amigo el Párroco

Lo dijo Camus: La vida no tiene sentido, pero vale la pena vivir, siempre que reconozcas que no tiene sentido.

12 junio 2019
– Dichosa e inevitablemente, me encontré con Luis Alberto, un chico amable de la Pampa que tiene unas enorme ganas, siempre, de contar sus males …  como todo el mundo.
– Según le veo la intención de cruzar la calle, aún a riesgo de que lo machaque el loco conductor del autobús nº 23 de la Playa, que conduce el bus como si fuera su propio Ford Fiesta en la nocturnidad y alevósica fiesta verbenera de los viernes, sábados y domingos, la nuit, y tras un bufido bocinero del aburrido chófer del bus que despierta a propios y extraños de su letargo madrugador, el setentón de La Pampa cruza la calle arriesgando su vida con tal de darme la vara.
– Tras el “Holaquetal” de rigor, del de La Pampa, Antonio, nuestro Jefe de Prensa, echándome una mano para no acabar en el descanso eterno, me dice: Enrique, es mejor que te sientes ahí en el muro pues tienes para rato.
– Y según lo previsto, el de la araucanización ancestral, me cuenta una historia que suena a propia de muchos que a los setenta se hace inevitable sufrirla, en un lado del gen-sexo o del otro sexo más dominante, es decir, el sexo femenino:
“Ay, Enrique, Leia, mi mujer, sufre de una artrosis galopante desde los 90, incrementada con dolores lumbares crónicos, un especial y bonito sobrepeso, y una inevitable afición a criticar a todo aquél que come más de dos de lo que sea al día, con lo cual me tiene a dos velas de todo aquello que en la Argentina profunda llamábamos hambre de comer.
Por la mañana me escapo a comprar lo que sea mientras ella se relame en su dolor y en su soledad, pero en cuanto cierro la puerta al mundo libre y exterior, del piso cuando me voy, no dejo de ser advertido por ella del inevitable y martirizante … NO TARDES QUE NO ME GUSTA COMER TARDE.
No me da tiempo a emborracharme, ni a tomarme un Vino Patero o una charla con sabor a mundo exterior al del sofá casero.
A veces pienso en el suicidio blando o el de contarlo por si alguien me da paños calientes, pues vivir con ella es como hacerlo junto a un perro malherido, es todo el tiempo un “Ay, ay y ay” pues sus dolores son martirizantes para ella … y para mi.”
– Y Luis Alberto me tuvo ahí sentado en el murete junto al Kiosco de mis amores matinales, hasta que Leandro o Julián, (siempre los confundo aunque ahora sé que uno de los dos ya no lleva pantalones blancos por si hay risas, pero no sé cual es, nunca), y me salva de la tormenta con un … “Enrique, ven, que se enfría la revista y Antonio quiere hablar contigo para que le cuentes cual es el verdadero amor que puede darse entre una ucraniana de buen ver y un chico del barrio de La Florida”
– Luis Alberto, se marchó algo contrariado y sin despedirse,  pues pensó que nos tomamos a chunga su problema, y yo, que tengo el alma en el suelo de tanto amor  confundido por las cercanas llamas del infierno, me arrepentí de haberlo dejado marchar … claro que luego, en la cita tabernaria del café en el Ateneo junto a nuestro querido Párroco, la cosa se alivió cuando él, mi santo cura, me confesó y me perdonó todos mis pecados, tanto que hasta fui capaz de decirle a mi amigo el Párroco: “Me encanta confesarme contigo por lo bien que me explicas eso de perdonarme, tanto que hasta creo que ya debiera morirme por si acaso peco en el entreacto” … y nos reímos … y hasta lloramos de alegría por estar vivos, inconsecuentes, transgresores y espías del mal ajeno. Unos viejos setentones como Dios manda o debiera mandar ser.

 EnriqueTarragóFreixes

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