05 diciembre 2019 05 diciembre 2014 07 diciembre 2012 05 diciembre 2009
Me levantaba por las noches, y cuando apenas había puesto los pies en el suelo, oía su voz preguntándome si estaba bien. La primera vez que estuve en un quirófano por un asunto importante fue en el 58 y lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Ella estuvo cosiendo mil camisas para que yo estuviera en ese quirófano y con ese cirujano. Ella mandaba a mi abuelo Enric con aquellas “Tortis” de patatas que me sabían a pan celestial, mientras yo me recuperaba en el Clínico del doloroso postoperatorio.
Oía el ruidoso clic de su lámpara de noche, cuando mi hermano llegaba a las dos de la mañana de la época, de sus convenciones, y su suspiro posterior, (el de Ella), es como si lo hiciera yo mismo.
Me levantaba por las noches, y cuando apenas había puesto los pies en el suelo, oía su voz preguntándome si estaba bien. La primera vez que estuve en un quirófano por un asunto importante fue en el 58 y lo recuerdo como si fuera ahora mismo. Ella estuvo cosiendo mil camisas para que yo estuviera en ese quirófano y con ese cirujano. Ella mandaba a mi abuelo Enric con aquellas “Tortis” de patatas que me sabían a pan celestial, mientras yo me recuperaba en el Clínico del doloroso postoperatorio.
Oía el ruidoso clic de su lámpara de noche, cuando mi hermano llegaba a las dos de la mañana de la época, de sus convenciones, y su suspiro posterior, (el de Ella), es como si lo hiciera yo mismo.
Cuando yo ya llegaba a esas horas, (las mías eran a las once de la noche), me preguntaba en voz baja si quería cenar algo, pues la costumbre familiar que mi querido Agustín imponía, era que el que no llega a la hora de cenar ya no cena.
Sé que el día que levanté el vuelo, ella empezó a morir conmigo, yo era su pequeño, (su Cachito, el de la canción de la Lasso), y eso le restó una importante actividad afectiva que no sé, aunque siempre la vi aparentemente feliz, si alguna vez consiguió recuperarse plenamente de aquello. Yo tenía 23 y ella solo 51.
Sé que el día que levanté el vuelo, ella empezó a morir conmigo, yo era su pequeño, (su Cachito, el de la canción de la Lasso), y eso le restó una importante actividad afectiva que no sé, aunque siempre la vi aparentemente feliz, si alguna vez consiguió recuperarse plenamente de aquello. Yo tenía 23 y ella solo 51.
Otras muchas anécdotas hacen creer que la historia se repite. Ahora es la que vive conmigo desde hace 53, la que ha cogido el testigo de la invisibilidad, pero ahora lo veo día a día y de cerca. Es un milagro o una vocación tan invisible como lo de todo lo que hacen. Sufren y viven todo lo de los suyos por encima de sí mismas y de sus males, son esas queridas inolvidables e insustituibles, mujeres invisibles de nuestra vida.
bella historia claro y comparto esa vivencia y mas el sentimiento con mi abuela querida...
ResponderEliminarabrazo grande master desde este sur lejano pero cerca en sentimiento...
Gracias JLO, ya sabes, ser agradecido es ...
EliminarUn abrazo
Hermoso, Enrique. Qué alegría tu visita en mi blog. Hacía tanto que no sabía de ti.
ResponderEliminarMe alegro mucho. Mi abrazo y sabes que te admiro siempre. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana.
Tú sí eres admirable, Julie. Tu poesía es distinta, especial, linda, brillante.
EliminarUn abrazo
Un homenaje merecido y precioso.
ResponderEliminarTe abrazo.
Gracias, Tracy, esas invisibles mujeres, no son de nuestro mundo, son mucho más.
EliminarUn abrazo