15 febrero, 2018
15 febrero 2020
En la antigua Grecia, Sócrates tenía una gran reputación de sabiduría. Un día vino alguien a encontrar al gran filósofo, y le dijo:
– Sabes lo que acabo de oír sobre tu amigo?
– un momento – respondió Sócrates – antes de que me lo cuente, me gustaría hacerte un test, el de los tres tamices.
– Los tres tamices?
– Pero sí, – continuó Sócrates – antes de contar cualquier cosa sobre los otros, es bueno tomar el tiempo de filtrar lo que se quiere decir. Lo llamo el test de los tres tamices. El primer tamiz es la verdad. Has comprobado si lo que me dices es verdad?
– No… Solo tengo oído hablar…
– Muy bien. Así que no sabes si es la verdad. Continuamos con el segundo tamiz, el de la bondad. Lo que quieres decirme sobre mi amigo, es algo bueno?
– Ah no! Por el contrario.
– Entonces – continuó Sócrates – quieres contarme cosas malas acerca de él y ni siquiera estás seguro de que son verdaderas. Tal vez aún puedes pasar la prueba, sigue siendo el tercer tamiz, el de la utilidad. Es útil que yo sepa qué me habría hecho este amigo?
– No, en serio.
– Entonces – concluye Sócrates – lo que querías contarme no es ni cierto, ni bueno, ni útil; ¿Porqué querías decírmelo?
Sabias palabras para evitar habladurías.
ResponderEliminarUn saludo.
El caso es, Alfred, que eso ya se dijo mucho tiempo y no creo que nadie se lo haya aprendido.
EliminarFeliz tarde.
Me encanta que se divulgue filosofía, pero me ha encantado le blog a parte de la entrada. Lo he descubierto por una blogera común, Eva Stone. Me quedo por aquí. Saludos.
ResponderEliminarEncantado, en la mesa del fondo quedan sillas. Acomódate y bien venido, Emilio.
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