viernes, 4 de septiembre de 2020

La Misa de diez, la pena de la capitana del rosario de las ocho y la muerte de Engla.


Fotografía de NOELL OSZVALD – Echando raíces ocultas en una nueva vida
04 septiembre 2020
-“¡Oiga, podría usted echarse para atrás, señora!” – tuve que decirle a una señora que entró detrás de mi al interior de la farmacia, en lugar de quedarse fuera como hace cualquier persona sensata y no descargando su halitosis mortal en mi cogote que, milagrosamente, fue como un aviso, pues el hedor era insoportable.
-“Pué mie uté, etoy aquí poque fuera ase muxa caló y aquí sobra sitio. No me sea uté tan delicao” – Me dijo la chica de ojos tristes y cara de “Te voy a pegar una leche que te vas a enterar, viejo gilipolles”.
-Me fui a la Misa de 10 pero estaba cerrado. En la puerta una nota: “Cerrado por COVID – Limosnas en el buzón de la puerta pequeña del patio”.
-Quise acercarme al quiosco para ver a mis amigos del PreCovid pero me dio miedo. Anoche me lo advirtió Leonor por wasap: “Enrique, no vayas al quiosco, no hay buenas noticias, hay muchas bajas”.
-De pronto noté un tic tic en el hombro. Un dedo huesudo y firme me estaba destrozando el musculo que mueve el brazo derecho.
-Me vuelvo y era la Capitana del Rosario de las ocho y/o de las nueve.
-La miro, sonrío y de pronto ella, mi capitana, se pone a llorar. Tan feo soy – le digo.
“No, Enrique, es que ..” y entonces, sin más, se me echa encima, abrazándome hasta poner hueso con hueso y yo, siempre rezando y mirando al cielo, dejé pasar unos largos y castos segundos, “aguantando” la lluvia de lágrimas que quedarían en su mascarilla.
-¿Qué pasa capitana? – Pregunté sin soltarla.
-“Ha muerto Engla y sin avisar, de repente” – Me dice la capitana entre sollozos, que ya parecían aullidos … y sin soltarme.
-¿Quién es Engla? – pregunté.
-De pronto se soltó de mis brazos y me ha dicho: “Era esa sueca de ojos azules, que se sentaba a mi lado, y que me suplía cuando yo no podía venir. Estoy desolada”. Y se volvió a abrazar a mi y siguió con su lloro desconsolado.
-Finalmente, tras pensar que luego rezaría tres padrenuestros y cuatro avemarías, pues por esa puerta de la Iglesia pasa mucha gente conocida, la arranqué de mis brazos, le di varios golpes en la espalda, le di ánimos y muchas palabras de todo eso que se dice cuando uno va a un tanatorio a dar el pésame y parece que la capitana se serenó.
-“Disculpa, Enrique, es que me he dejado llevar por la pena. Es una desgracia muy grande. Mañana o el domingo, no sé bien cuando, reanudaremos los Rosarios de las ocho. Allí te espero”. Y me dio un dulce beso "mejillero", que fueron dos, y me dijo adiós. Se marchó calle arriba en dirección a la Avenida de La Goleta y yo no dejé de mirarla hasta que le perdí la vista. No somos nada pensé.
-Ya no tuve ganas de ir a ningún otro sitio. La pena de la capitana me había llegado al alma y al colchón que sentí durante los abrazos, en mi pecho.
-Que haya vacunas en Noviembre, según se anuncia en la Prensa de hoy, me había subido el ánimo, pero la charla llorosa de la capitana… fue mejor que la misma noticia de las vacunas.