Mis historias y las de Mi Primo Antonio

27 agosto 2009

Me han mandado hoy tropecientos correos-e para que no tome mas café por las mañanas, o mejor dicho, que lo tome solo, pues parezco la Fletcher, allá donde voy, no los mato, pero casi. Pues mira, igual exagero un poco, pero son historias absolutamente ciertas, quizás solo se trata de mirar para ver, y entonces descubres que están ahí, la gente es de carne y hueso y tiene muchos, muchísimos sentimientos para trasladar a ese alguien que nunca, o casi nunca, encuentran. También puede ser que yo ando ahora de un receptivo que “me salgo”.

Hablando de él y de los suyos, ya os conté que hace unos días mi primo Antonio vino a verme y, aunque hacía una eternidad que no nos veíamos, me sentí como si tuviera otra vez la edad de gatear, o la de montarnos en aquél caprichoso carro, con caballo de tiro, del Tío Sisquet, en que nos llevaba a la playa del Prat en un interminable, pero divertidísimo viaje. Eso sucedía en aquellos maravillosos años, allá por los cincuenta y pocos.

Extrañamente, lo primero que hicimos, en el reencuentro, fue darnos un gran abrazo y un par de besos, justo como hacíamos entonces. Parecía que el tiempo se detuvo allí. Luego nos enteramos que él ya tiene hijos de 29 y yo de 36, pero seguí pensando que quizás debiera haberme puesto los pantalones cortos, para echarnos un partidito de fútbol-trapo, como hacíamos en la onduladísima cubierta plana de su casa, en la barcelonesa calle Avinyó.

Ayer, Carme, su simpática y guapísima Directora, me mandó las fotos y aquí os dejo una, solo una y a modo de prueba, cosa que no puedo hacer cuando tomo café por las mañanas en el Bar de La Clínica Medimar, de la cual acabarán echándome, o quizás no, porque me han dicho que desde que cuento estas historias el Bar está más repleto que nunca a eso de las ocho y media de la madrugada.

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