Cuando un compañero se va, algo se muere de mí.

27 octubre 2009:  

Cuando menos te lo esperas te das cuenta que mi amigo Inocencio, que ya está esperándome en el Bar de la primera Curva que hay subiendo al cielo, desde hace ya algún tiempo, tenía razón cuando me decía que no quería vivir 90 años, (que es a lo que yo aspiro), pues te quedas sin amigos. Ayer se fue un amigo que, seguramente, él lo era más mío que yo de él. Nunca supe por qué me quería tanto si nunca lo merecí. Por mucho que yo le apreciara a él, siempre lo hice porque se lo merecía.

Lo cierto es que ayer tuve unos segundos de despedida inolvidable con él, con mi amigo Pepe Llorca, que a sus 80 nos dijo ayer adiós. Lo conocí en el 78 en el Garbinet en una obra de 344 viviendas que “hicimos juntos” para Calpisa y desde entonces siempre lo he tenido como ejemplo a seguir, como persona, como profesional y como amigo. El era mecánico de obra, de los que llevaban el casco rojo en las obras antiguas, pero hacía, y sabía hacer, de todo.

Los tanatorios no son nunca un lugar de mi predilección pero ayer hice una excepción. Él estaba allí, escuchándome, mientras pasaba la película de nuestros trozos de vida en común. Fue algo más de un minuto, mientras su hija Mari, me observaba, seguramente un poco extrañada por mi “Off” repentino mientras estuve con él. Fiel, digno, honesto, siempre dispuesto, eficaz y buen compañero. Lo tenía todo, pero no sé si siempre pudo ser feliz. Hablé con sus hijos y con algunos de sus cuñados y hermanos y, seguramente, nunca se sabe lo que puede llegar a sufrir una persona cuando vive una vida muy reservada y escupe sus amarguras en silencio y en la parte de atrás del escenario de su vida.

Recordarlo a él y lo que con él viví, es algo que yo solo puedo disfrutar y es lo que ya haré siempre. Gracias Pepe. Ah, y diles a los del Bar de la Curva de ahí arriba, que te dejen preparar un camíon de Agritos para que nos lo tomemos juntos cuando llegue, igual que hacíamos hace 30 años.

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