lunes, 1 de febrero de 2010

Amigos virtuales, ¿qué haría yo sin ellos?



01 febrero 2010

El título es un intento fortuito de llamar la atención, sobre como agradecer la forma en que tienen los humanos de comunicarse, en el siglo que nos va a inmortalizar.

Un gran abrazo-e de mi amigo de Pozuelo y otro de mi querida Profe, ahora en Uruguay, me han inyectado una pequeña, pero siempre importante, dosis de vida-e y de la otra, que es la que realmente vale la pena sentir.

Organizarse la vida alrededor del mundo cibernético, es, para mí, relativamente fácil, siempre lo ha sido. Recuerdo que algunos colegas, muy “cachondos”,  de mi etapa Valenciana, que me llamaban el Ejecutivo-Agresivo-Multimedia, siendo su mayor interés, al verme, lanzarme la pregunta de siempre: “¿Enrique, que te has comprado ahora?” – “Porfa, ilumínanos”.

Con ello esperaban que les contase las últimas novedades en materia informática que un ser normal podría adquirir y cual era el servicio que podían prestarte. Cuando todos se reían de mi, dejaban de hacerlo cuando les decía que mi Outlook estaba conectado con el de Luci, mi querida directora de las relaciones con el exterior, y que, para concertar una cita conmigo bastaba con que hablasen con ella pues automáticamente lo que ella escribía en la habitación de al lado, se gravaba en mi PDA, el cual mantenía “syncronizado” con mi Outllok apenas entraba en la oficina.  De ésas podría contar unas mil más, pero seguramente, una de las que mas me acuerdo, es de una que me sucedió en un viaje a Palma M, allá por el 98. 
Un muchacho de uno 18 años, que hacía de botones en el hotel donde me alojé, se quedó impresionado cuando saqué de mi bolsillo un precioso Motorola que hacía un enorme ruido Navideño. Atendí la llamada, pero me di cuenta que el muchacho no se había marchado de allí, estaba como obnubilado mirándome durante ese largo par de minutos que me costó sacarme de encima al corredor de suelo de turno con el cual iba a verme a la hora de comer de ese mismo día.
Entonces saqué un par de monedas de “chocolatina” y le alargué la mano para agradecerle su servicio, pero el chico me respondió que no, en un español que sonaba al del  chico rumano que se empeñaba en limpiarme el cristal del coche cada mañana cuando salía de casa, frente al semáforo que me dejaba ver La Ciudad de las Ciencias, siempre en obras, y luego me dijo algo así: “Señor, Ud. debe ser muy influyente, por eso le voy a pedir un favor; Mi mamá está muy lejos y no puedo nunca hablar con ella pues el teléfono del hotel es muy caro. ¿Usted podría …?” – No le dejé terminar, creo, le marqué el número que me dijo era el de su familia en su país y allí estuvo él, como si de un ángel se tratara, habla que te habla con los suyos hasta que se hartó
Luego, al terminar, me puse frente a él, le hice sentar en esa especie de silloncito para alojar maletas que hay en las habitaciones de los hoteles y le empecé a preguntar por su quehacer, y mientras me desgarraba el alma con cada uno de sus relatos sobre lo que había dejado atrás en su corta pero esperanzada vida, noté que mi ansiedad laboral desaparecía y que yo no sé si tenía derecho a quejarme de nada. Me di cuenta que en pocos minutos con él, había aprendido mucho mas que en mis muchos años de sufrida preparación escolar, universitaria, profesional  y social.
Tres o cuatro años mas tarde, recibí un correo-e de un tal XXXXXXX, (no me acuerdo del nombre), que me decía algo así: Gracias señor, su llamada me devolvió a mi patria y ahora soy concejal de mi pueblo, un precioso caserío cerca del Mar Negro y ejerzo como veterinario…
Le contesté de inmediato, pero nunca más supe de él, ni tampoco  insistí en ello, quizás me quedé sin un buen amigo virtual. Lástima.
La amistad virtual, no es cosa baladí, hacedme caso. Puede ser muy profunda si se sabe compaginar con las de siempre.


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