18 febrero 2010
Mientras estaba sentado frente a él, frente al mar, y mientras terminaba unos apuntes sobre determinada reflexión por una determinada y problemática propuesta urbanística de un buen amigo, mi alma se ha puesto a volar, lo cual no es nada complicado en este lugar de mis amores.
No debiera nadie salir a trabajar sin antes dedicarse a observar en que parte del mundo está la vida. - ¿Cómo? –, me dice mi acompañante cafetero de hoy. Verás, yo siempre trapicheaba con el teléfono, la radio y el volante al tiempo que me dirigía, de madrugada, a la oficina, pero no me daba cuenta que a mi alrededor había otros mil energúmenos, que como yo mismo hacía, intentaban llegar dos segundos antes que yo al semáforo de la Albufereta. – Que cosa, las mujeres no hacen nunca eso – ¿A que viene eso?, le digo a mi cafetero amigo – No, nada, nada, sigue Enrique, sigue – Pues eso, que un día descubrí que aquí había una vida que no conocía, que estaba siempre ahí y que nunca me enteré de que existía hasta que una buena tarde de julio del 2001, mi amigo Manolo, Don Manuel para sus chicos, me dijo que si quería volver a Alicante para liderar el mejor Proyecto Inmobiliario del País, en su oficina de Alicante.
Desde entonces todo cambió. Aquí conocí a un equipo extarordinario de personas, que trabajaban como personas, en las que el único interés era conseguir que las cosas salieran bien y por tanto me lo pusieron muy fácil. Además los tiempos de bonanza económica me ayudaron. Todo salió bien y todo fue bien hasta que mi querida DFEH me dijo que ya no podía subir escaleras ni acelerar el pulso al ritmo del compromiso 630 de mi amigo Rafa.
¿Y que pasó? – Pues que al tiempo de llegar, me di cuenta que había otra vida, la de llegar a las 8 de la noche a casa, la de dejar de dormir en cualquier cama, la de tomar café por las mañana con vosotros en este privilegiado lugar y la de conocer la vida y costumbres de mis amigos y la de mi familia. - ¿Que cosas dices, Enrique? – Pues sí, descubrí que andar de madrugada viendo el horizonte marino, por un lado, y por el otro una inmensa oficina convertida en silla de lectura encima de una enorme mesa de arena y que el compañero de al lado sea la que siempre ha estado contigo, no es algo baladí. Que la vida profesional se puede cohonestar con la propia. Esa es la vida que se me olvidó vivir y ahora me toca ir deprisa para recuperar el tiempo perdido, aunque no sé si nunca podré ya ponerme al día, por muy rápido que lo haga.
Tras un ratito, no muy largo, y tras un atronador silencio en todo mi entorno, uno de los ausentes circunstanciales pregunta: ¿eso que dices es cierto, Enrique? – No lo dudes – Entonces tengo que darme prisa, yo aún tengo cuarenta.
Y el cuarentón se ha ido con la mirada en el infinito y los ojos brillantes, en busca de algo que ojalá lo encuentre y deseándole que aún no sea tarde para disfrutarlo.
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