Buscando mi refugio de amores inconfesables, me he tropezado con Alfonso Buendía y la vida se me ha vuelto muy dulce durante los diez minutos que he estado con él. Tiempos felices pasaban por mi imaginación en esa oculta pantalla que solo yo puedo ver, mientras él hablaba y hablaba de su vida de hoy. Se le ha quedado un tono juvenil, algo relajado y muy denso, que refleja esa luz que siempre tiene detrás de su alma. Alfonso fue uno de esos APIs de toda la vida, fiel colaborador y buen amigo mientras pudo serlo. Ahora, como muchos de aquellos felices tiempos de labor, enredo y turbulencias profesionales de todo nivel, se ha quedado en el recuerdo de la nada, solo accesible a quien supo verlos en su tribuna. Pura delicia verlo y a mi, me alegra saber que aún puedo sentir que debo mucho a tantos y tantos con los que compartí mesa y mantel profesional. Lástima que esas vidas profesionales se queden en el anonimato y no nos sirvan para recordar quienes fueron y de lo que fueron capaces con su esfuerzo e imaginación. Gracias Alfonso.
PD: En mi carrera de hoy hacia el cielo-e tropiezo, en la zona de reclutas del café habitual diario, con una especie de la que espero el creador de este barullo que le llamamos vida, les regale la esterilidad por el bien de las generaciones futuras. Ese, el de la especie a esterilizar y que es un joven ingeniero en paro, tras mi emocionado relato sobre el encuentro con Alfonso, va y me dice: APIs, ¿Eso que é? – En fin, “paquemás” explicaciones.
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