La miraba mientras dormía y no lo podía creer. Era ella y estaba allí, conmigo y sin que nada, ni nadie, lo pudiera impedir. Acerqué mis labios a los suyos y la besé sin que ella se inmutara. Al rato, la volví a besar, esta vez lo hice con mayor sigilo y arrastrando mi cara por la suya hasta que llegué a sus párpados. Nada cambió, no se movía, nada me decía, ni nada parecía sentir.
Ese relato no es más que el de un sueño que tuve hace más de treinta años y nunca lo he olvidado, ni el sueño ni a ella, no llevaba visible su parca, pero estoy seguro de que era ella. Me dio miedo entonces, pero seguí jugando con ella. Hace poco la volví a ver en la cara de un amigo que se fue, yo no le aparté la mirada, ni nada le dije, pensé que no me había visto, como siempre, pero cuando me marchaba no pude reprimirme y me volví. Allí estaba, como la encontré, pero, aunque estaba quieta, como siempre, estaba sonriéndome. Ahora ya no le tengo miedo, pero ya no juego con ella.
A veces pienso que desvarío, pero en otras estoy seguro.
Eso me recuerda aquello de “las dos conciencias” de Castaneda,,,,,,,,no tengas miedo, sigue "investigando".
ResponderEliminarSabio comentario, argy. En eso estoy
ResponderEliminar