Me costaba, cada vez más, asumir que ya no era un niño. Transcurría el verano de 1974, mi primer empleo profesional serio, quiero decir que era ya un cargo importante, me había convertido en Jefe de Obra y tenía a mi cargo algo más de un centenar de obreros y con esa preocupación las obligadas jornadas de 55 horas semanales se convertían en casi 80, a la que te descuidabas un poco. Trabajábamos incluso los sábados, ese era el convenio de construcción de esa época, oficialmente se trabajaban diez horas cada día y cinco el sábado. Yo tenía ya mis 25 años y un hijo de 2, además era ya un Aparejador experimentado con mis ya cuatro duros años de experiencia como responsable técnico de un tramo de Metro con CYT en el Paralel-lo Barcelonés de mis amores. Ahora tenía oficina propia en la obra y un encargado, dos capataces y un auxiliar técnico hacían que me sintiera el tío mas importante del mundo. Ochenta viviendas en el Barrio del Carmelo, esa era mi primera obra como J.O. La Obra fue un éxito muy grande, tanto que enseguida me lanzaron al estrellato y con ello, a los pocos años, en el verano del 78, acabaron llevándome a Alicante y aquí me quedé desde entonces aunque tuviera que andar acudiendo a batallas lejanas pero ya el nido se quedó siempre aquí.
Y me dirás, ¿por qué cosa estará Enrique contando eso hoy? – Pues la cosa es que mientras tomábamos hoy el café diario, en sesión matinal tardía, alguien ha recordado la gran cantidad de compañeros que ya no están, otros que hoy era el día en que corríamos tras las modistillas en nuestra niñez y los más que esos tiempos ya no volverán. Si, hablábamos tan solo de lo que pasamos y de lo que hacíamos, la enorme responsabilidad que recaía en nuestro “cargo”, o, al menos, eso nos creíamos, y que ir a trabajar era una alegría aún mayor o casi tan importante como la de volver a casa por las noches. El trabajo nos entusiasmaba, se nos reconocía la labor y nuestro esfuerzo era correspondido con un sueldo, entonces miserable, pero que a nosotros nos parecía Oro. Trabajábamos sin rechistar y con entusiasmo, teníamos y hacíamos, amigos en el trabajo, nos lo pasábamos bien, solo nos faltaba darnos besos y alguna cosa más, pero nunca renegábamos de lo que hacíamos. Compañerismo, fidelidad, entusiasmo, espíritu de superación y ganas, sobre todo, había ganas, “ganas de hacer lo que fuera”.
Pero, claro, todo ese entusiasmo, ojos enrojecidos y aspecto de chicos de la postguerra felices, se nos ha venido abajo, cuando Juan y Emilio, dos jóvenes Arquitectos Técnicos en paro a sus veintimuchos, hijos de Juan y Honorio, se dirigen al grupo y uno de ellos dice: “¿Habéis terminado de contar batallitas?, pues vale; Papá dame 30 € que hoy tengo comida con todos los ex de la empresa y luego nos vamos de copas“
Cuando se han marchado, Juan nos ha dicho que su hijo lleva ya casi dos años en paro y que no ha conseguido nunca trabajar de lo suyo, que la ex-empresa, de la que habla su hijo, es la de un importante supermercado de San Juan y que todavía no ha conseguido tener una conversación seria con él desde hace mas de cuatro, que es cuando acabó la carrera. “Nunca me lo ha perdonado, yo le dije que se metiera en Arquitectura Técnica, en el 2000”
Historias cotidianas que decoran nuestra existencia a diestro y "siniestro"...
ResponderEliminarEs terrible, argy, está el personal muy mal. En fin, intentaremos olvidarnos de lo malo.
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