sábado, 24 de septiembre de 2011

Mahey el Guanchito, La Vieja de Teguise y su Dios


24 septiembre 2013-2011-2009


Hace dos años, justo hoy, conté aquí mismo, esta extraña y ciertamente, algo esotérica historia. Recuerdo que, entonces, mi amigo Rafa me dirigió unas palabras, al respecto de esta historia, que nunca olvidaré.


Mahey el Guanchito y La Vieja de Teguise (24/09/09)

Mis amigos son la envidia de los demás. Eso me decía esta mañana un hacedor de artículos imposibles de prensa en la de Alicante.
Eso me ha traído al recuerdo un video que me ha mandado una buena amiga hoy. No te preocupes que tú no eres un pesado, me decía otro. Bueno con eso, y alguna cosa más, ya podré dormir tranquilo.

Pero otra buena amiga virtual, me ha contado una historia que me ha recordado otra que me pasó hace unos años, más de veinte, ante una afable “vieja” de Teguise.
Teguise es un pueblo de la Isla de Lanzarote, ladera arriba, en el que las gentes visten de negro y blanco según sean mujer u hombre y andan la carretera más de media hora para bajar y subir a Arrecife que es la capital de la Isla, solo cuando lo han de hacer, que no es siempre.
Yo subía, con mi Datsun 220, los domingos a comprar queso y otras gracias en el mercadillo que allí se montaba y en uno de ellos, al atardecer, encontré a un chaval de unos nueve años, un precioso y pequeño guanchito, que andaba tosiendo, descalzo y pies desnudos, detrás de unas cajas vacías que había en un rincón de la plaza del pueblo.
Lo estuve mirando, durante algunos largos minutos y él hacía lo mismo conmigo, aunque de forma discontinua. Yo estaba sentado en un bello muro de piedra volcánica que separaba uno de los muchos desniveles del lugar y cerveza caliente en mano, esperaba la llegada de otros compañeros que andaban dejándose "enredar" por las tiendas de venta del lugar.
El niño, que luego supe se llamaba, o le llamaban, Mahey, no dejaba de mirarme. Pensé que lloraba, pero no era así, me acerqué y me di cuenta que lo que tenía era un resfriado de aúpa. Le caía el moquito por la nariz, tanto que le desbordaba sus enormes labios, pero ante ello, él se los escurría con el brazo, con una habilidad circense.
Sus ojos, oscuros, eran preciosos y brillantes, como los de un Jesusito hebreo. Él inspiraba una gran ternura y a mí me costó reconocerla, pues no estaba muy acostumbrado a ello por aquellos lares. Era el mes de Enero y, seguramente influenciado por las fechas y festejos recientes, asimilé mis formas y gestos a los de aquellos que ha poco habían estado en la mente de mi niño en Alicante, al cual, y a su madre, yo añoraba enormemente, pues los acababa de dejar allí, mientras yo cumplía mi labor profesional en aquellas lejanas tierras.
Con este estado emocional aparente, afronté la siguiente escena, que fue la de presentarme ante él.

  • Hola, ¿Cómo te llamas?
  • Me dijo su nombre, pero sin mediar otra palabra me preguntó si yo venía de muy lejos.
  • Le dije que sí, y le pregunté por qué estaba allí solo y casi escondido.
  • Me dijo que estaba allí porque le había pedido a La Virgen de Los Dolores que le trajera unos zapatos y esperaba que así fuera. Y el sitio era ese, allí, pues delante había una de las tiendas ambulantes de zapatos más pequeña que yo había visto jamás.

Lo cogí de la mano y lo llevé ante “la Vieja” que regentaba la tienda, le pedí un par, o más, de calcetines de lana y un par de pares de zapatillas de deporte que al niño le hicieron el más feliz del mundo.
Pagué las zapatillas y los calcetines, y un par de cosas parecidas a un bocadillo que vendía también la misma Vieja, mientras ella me miraba con ojos desconfiados, como si me tuviera miedo.
Ahí hubiera acabado todo si no fuera porque al intentar despedirme de él, el guanchito me cogió de la mano con una fuerza impropia de un niño de su edad, me agaché, el me miró a los ojos, lo hizo de un modo como no mira cualquiera, era una mirada tremendamente bondadosa y profunda, era su forma de darme las gracias.
Me emocioné, pero, afortunadamente, el chaval salió corriendo con sus zapatillas, calle abajo, a una velocidad de vértigo y ello me sirvió para recuperarme.
Pero inmediatamente descubrí que aquel intento iba a ser en vano. Me levanté y al hacerlo mi mirada tropezó con los de la vieja. Era tan insistente y temerosa, su mirada, que no puede evitar preguntarle:

  • ¿Pasa algo conmigo Vieja?

La Vieja anduvo temerosa, como si no se atreviera a preguntar, y después de insistirle varias veces, la Vieja habló;

  • ¿Tú eres Dios?, me dijo
  • ¿Qué?, ¿por qué lo dices Vieja?, le contesté.
  • Porque el niño lleva ahí dos días esperando a Dios pues le iba a traer unos zapatos. Un par para él y otro par para su hermana.
  • ¿A Dios?, pero si me ha dicho que se los había pedido a la Virgen de Los Dolores, Vieja.
  •  Entonces me dijo algo que no olvidaré ya nunca:
    • Así es, pero me dijo ayer que la Virgen le dijo que no tenía zapatos, pero que no se preocupara, pues su hijo los traería en cuanto pudiera.



7 comentarios:

  1. Enric, ni Coelho o Jodorowsky podrian superar tu estilo narrativo. En como uno de esos cuentos con los que muestran sus enseñanzas en la vida. Una maravillosa enseñanza (como digo), maravillosamente relatada. Felicidades amigo!!
    P.D. No debieras tardar en publicar todas esas historias. Son verdaderas enseñanzas de las cosas sencillas de la vida, que a todos nos rodean y que pocos ven/vemos.

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  2. Psssss, ahora que no nos oye nadie, argy, te diré que cada vez que me acuerdo de la historia de Mahey, me emociona y mucho, me hace llorar o casi. Es una de esas vivencias en las que sabes que en esta vida se pueden hacer muchas cosas por las que vale la pena vivirla.

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  3. Enrique, te felicito doblemente. Primero por el gesto que hiciste y segundo por el excelente relato que he leído.
    La pulcritud narrativa es magnífica. La superstición, porque claro, son pobres y los pobres no pueden poseer ni fe ni creencias, de ambos personajes es tan fuerte que no han esperado demasiado para ver cumplida su petición, el niño sus zapatos y supongo que la vieja por venderlos.
    Vivencias como la que nos relatas esculpen el carácter y la personalidad de un ser humano.

    Mi más sentida y sincera enhorabuena, amigo Enrique.

    Un fuerte abrazo.

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  4. A mi me has emocionado más de una vez........pero.pssssssss, que no se entere nadie tampoco!

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  5. Gracias, Antonio C, escribir es, según me dicen, el habla del alma escondida. Muchas de las cosas que escribimos, según me dicen, no hubiéramos nunca sido capaces de contarlas.

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  6. Tienes razón Enric, yo soy de los que se sirven de estos medios para decir aquello que de manera hablada me seria más complicado de llevar a efecto.

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