jueves, 19 de julio de 2012

Vida, solo vida, no me la quites tan pronto




19 julio 2012


“Si, estoy fatal, cariño, me duele la cabeza, bilis en el paladar, sigo muy fatigado y mis excrementos pseudoseminales son asquerosamente turbios y dolorosos en su proyección rítmica, pero necesito salir e irme al mar, necesito ver que mis mas puras ansias de vida, como gas, tiene lugar por donde huir de tanta mediocridad, estupidez y de esa generosa maldad que todos muestran con el consabido ya te lo dije al referirse a tu futuro de salud”. Luego, al salir, pensé que dije algo que no “tocaba decir”, pero no me arrepentí, solo me sentí como chico que hace novillos y como chica que le dice a su madre que se va a dormir a casa de una amiga, como si los padres nunca lo hubiéramos hecho y dicho.

Bajarte hasta el quiosco de Antonio, confesarte ante Cohonesto, pasar de largo, eso si, del bar de la Loli, echar la primitiva y preguntar lo de siempre a una joven dependiente, monísima pero con cara de pija, que si me puedo ir a las Bahamas a la vez que le entrego la apuesta de la semana anterior,  con la mas que repetida respuesta de “otra vez será” y una mirada de como aquélla que ve a alguien que empieza a estar, completamente, gagá. Arranco nuevamente mi viejo serie 7, al que hoy he sacado, como yo,  a pasear, no sin antes tener que escuchar a un estúpido transeúnte, con aspecto de no saber donde poner su atención, para que me recriminase por haber pisado, en parte, el paso de cebra que hay a continuación de las dos plazas de aparcamiento para minusválidos que hay frente a lo de la Primitiva, (Calle Santander),  y que hoy, y siempre, están ocupados por algún sufrido repartidor de lo que sea o por una pija ama de casa en crisis horario y de comodidad mal entendida. Me voy, entonces, al paseo de la Playa San Juan, aparcando al final de la Avenida Holanda, que se convierte en peatonal al llegar al mar, permitiendo, tan solo, el aparcamiento a minusválidos con placa o tarjeta reconocida y de eso ya ni os quiero hablar pues ya sabéis que la comodidad del automovilista y la lenidad del guardia urbano alicantino con esas plazas de aparcamiento, hacen posible que solo se pueda aparcar allí de casualidad y, siempre, antes de las once de la mañana. “Que se joda el cojo”, pensarán los que aparcan allí sin placa, pero yo lo conseguí, tan solo eran las 10 y media. Raudo, me fui al Lloc a tomarme una congelada agua con gas y rechacé los cacahuetes que, como diva en bolas, se me ofrecían. Mas tarde me senté en un banco de los mil que hay en ese paseo y me puse la cara al sol y la mente en mi memoria, si, la puse en la parte de los recuerdos felices, cuando iba con mi querido Agustín y mis hermanos a la Playa de Castelldefels, eran los años 50, tiempos duros pero felices, luego me he ido a la de las costas de Garraf, allí donde iba con mi niña  en el 66 y donde empezamos a practicar los primeros nudismos y los primeros y tempranos e inconscientes, actos de amor primario, el amor cierto, el que aún conservo y venero, aún, como nunca, por muy primitivo y cursi que parezca.

Porfa”, vida, nunca me has dado tanto, nunca me la quites tan pronto.





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