18 febrero 2013
Siempre que esa indeseable compañera se pone a rizar el rizo o a dejar de tirar del carro, me entra una enorme pobreza física y, a veces, hasta espiritual. Ella me tumba, me corroe como si me estuvieran clavando un bisturí en las misma entrañas, implacable, injusta y hasta mortal y en ello está conmigo, la muy desagradecida, aunque yo me mantenga muy vivito. No me deja vivir y solo cuando me pone en la misma celda que a otros, que como yo, tiene atrapados en sus garras, resucito un poco pues parece que siempre hay alguien que está peor. Ser positivo, a veces, no es un mensaje posible, quizás el mejor de ellos sea afrontarlo y darle la cara. Ella, La Próstata, no podrá conmigo.
Para mejorar mi estado, curiosamente, siempre que me encuentro así, tengo que oír tres o cuatro canciones de esas que solo uno mismo entiende y por qué:
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