12 junio 2013
La veía, la escuchaba y me costó hacerme con la situación - “Yo ya no sé si creo o no, en Dios, Enrique, los niños van y vienen a su antojo. No los puedo controlar, menos mal que tengo conmigo a Ana Lucia y a Luis Fernando, que me ayudan a llevarlo lo mejor posible” - Juana, desde que murió su marido, hace ya cinco años, se quedó con dos hijos de 18 y 20 y sin herencia marital pues ello le suponía asumir unos cuantos “pufos” que su marido dejó por ahí en las entidades de crédito y ante un sinfín de proveedores y corredores de todo tipo de negocios de compraventa. Vivian al amparo de un negocio familiar de Charcuteros, de su familia, la de ella, en un pueblo de La Marina, mientras que él se dedicaba al mercadeo de casi cualquier cosa desde que nació. En el 99, él, como muchos otros ignorantes en la materia, se metió, intentando morir de éxito, a Promotor Inmobiliario, con un socio de Albacete, a la vez que dirigía sus efímeros esfuerzos a la cosa del trapicheo de la compra y venta de solares. En ese año, sus “exigencias profesionales” le obligaron a divorciarse, según él mismo nos dijo. Su vida, la de él, era la de un fracaso anunciado. Con el Boom del 95/05, se montó en el mundo del Euro, en el de las copas y en el de las largas noches de relaciones públicas hasta que la burbuja le explotó en los mismos intestinos en el 2007, año en que se manifestaron como un volcán su ruina, sus puteríos y sus deudas. Tenía viviendas y camas por doquier, pero se le acabó en un plis-plas, como un pellizco, el mismo que intentó darle a Juana, ese mismo año, cuando le manifestó amor eterno y sus ganas locas de volver a casa. Ella, como muchas en su caso, inexplicablemente, lo aceptó, lo devolvió a la vida y lo puso a servir en la Charcutería hasta que embarazó a la dependienta que, como todas las que se precian de servir bien, era Sudamericana, Ecuatoriana, joven, ninguna belleza, pero muy resultona. Él optó por huir y un buen día, al mes, le llamó la Guardia Civil, a Juana, para que fuera a identificar el cadáver que, como en las novelas negras, fue encontrado en un canal seco, de los de regadío, cerca de Ibi.
Juana, ahora, arrea con sus dos hijos que no trabajan en lugar alguno y, además, le exigen, cada día, la herencia de su padre pues creen que ella se lo quedó todo, aunque diga que renunció o tuvo que renunciar a ella, si, pero ellos no se lo creen. Además o a lo mejor, la ecuatoriana sigue trabajando con ella y a su niñito, el de la ecuatoriana, lo trata como si fuera propio, en un alarde inusitado de amistad y altruismo desmedido. Son amigas, Juana y Ana Lucía, ríen, viven y trabajan juntas y ella, Juana, me dice que es feliz. Yo, al final de una larga charla con ella me pregunto lo mismo que ella misma me decía al principio de la charla: “Yo tampoco sé si creo o no, en Dios”, pero estoy seguro que, a veces, exista o no, no creo que le ayudemos mucho en eso de dirigir la divina providencia de algunos ¿Verdad?
La senda que se ha de andar se elige según vienen dadas.
ResponderEliminarAsí es, María Luisa. A mi, la actitud de Juana, me resulta admirable, pero no entirendo la de la mayoría de la gente que le rodea y/o saquea.
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