21 agosto 2013
Andaba y andaba sin rumbo, en
un camino sin final, le preguntaba a todo el mundo si la calle del Farol estaba
cerca. Nadie me contestaba y, aún peor, nadie me miraba. Seguía mi camino,
tropezando con alguna piedra que, además, sus chinas, las muy hijas de su
madre, se me metían en el calcetín sin que pudiera evitarlo. Se hacía de noche,
ya no podía volverme, la angustia cada vez era mayor. Me senté en un banco de
piedra, junto a la Playa de la Luz y al ver pasar a una anciana le pregunté:
“Vieja … ¿La Calle del farol?” – Nada, ni se inmutó parecía vivir en las
sombras pues desapareció al instante. La piedra estaba fría, muy fría, el cielo
muy oscuro, sin luna, sin cielo, era la nada. Me levanté sin levantarme y
anduve sin andar hasta una oscura calle. En ella un cartel blanco
iluminado con luces rojas, del que podía leerse en él, … “Calle de
La Farola”, me llevó al éxtasis final … Un largo piiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
me hizo alzarme cuan gato que oye un ladrido: Intermitente, un 07:00, me decía
que el fascinante mundo del sueño terminó, sí, pero la farola es lo que es, no
hay duda, es una calle de ensueño …
¿Enrique, estás bien? – Mejor que nunca.
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