17 junio 2014
Pensaba que los días de Gloria eran aquellos en que la vida te encumbra en un lugar dominante, un lugar de éxito o aquellos en los que sucedía algo muy especial y glorioso, claro. Me instalé, esta madrugada, en una carrera de premios en la que intentaba calificar cual era el día más glorioso de mi vida. Sería, quizás, el día que hice la primera comunión o aquel otro en que, con diez años, le di dos hostias al Françesc, que era un grandullón estúpido y prepotente que nos acojonaba a todos los peques con sus pavadas. Quizás fuera aquel día que, con dieciséis, canté en público en Sant Pere Claver con los Drakars o el día que obtuve mi título universitario, a los veinte, el del día de mi boda, a los 23, el del nacimiento de mi hijo o aquél en que conseguí el mayor ascenso cuando me mandaron a resolver unos problemas en Canarias o, quizás, aquél en que nació mi primer nieto … ¿Quién sabe? ...
Todos esos pensamientos y muchos más, han pasado frente a mi nicho virtual de los deseos olvidados y cuando ya no encontraba razón alguna para adjudicarle el premio al más vano de todos ellos, (mientras me consumía en cualquier banalidad de las que se fomenta entre los de mi especie), me acordé cuando yo le afirmaba a mi Agustín, mi Padre, hace muchos y muchos, años, el mismo día que le mostré mi título universitario, que ese era el día más glorioso de mi vida, ante lo cual, Él me respondió con una frase, un consejo inolvidable, más bien, en el que me decía que “los mayores días de Gloria siempre son los que están por venir, hijo. La Gloria no siempre desaparece con la vida. No debes olvidarlo nunca”.
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Tu padre debió ser un hombre que sabía el sentido del trabajo, la perfección, el sentido de la vida y proporcionar a sus hijos lo mejor de él. Esto no es fácil y lo podemos comparar con los sonsejos que de cuando en vez, por no decir siempre, te recomiendan inseguros sabedores de mínimas cosas e ignorantes en todo. Con tu permiso, Enrique, me quedo con este consejo de tu padre. Si a este le añadimos a Pablo Milanés, tu bloguería adquiere la categoría de perfecta.
ResponderEliminarUn abrazo, querido amigo Enrique.
Vaya, maestro Campillo, has conseguido que se ericen los pelos de mis brazos. Un abrezo, amigo.
EliminarDe abuelos y padres sabios a nietos e hijos sabios, y el circulo vuelve a cerrarse........................enhorabuena por lo que has sido, sigues siendo, y sin duda (siguiendo a tu padre) está por venir!
ResponderEliminarGracias amigo argy, esos halagos no debieran afectarme pero ... lo hacen. Ya sabes, soy de los que creen que no es cierto que el alma se endurezca con los años.
EliminarUn abrazo, amigo.