Imagen: Pilobolus
28 junio 2014
Mi querida madre, que se pasó la vida leyendo, siempre decía: “Líbrame Señor del días de las apologías”. Tras muchos años de oír las frase y de no darle la más mínima importancia, resulta que, ahora, a mis casi sesenta y cinco, ya la tiene para mi.
Cuando alguien cree que otro alguien tiene una depresión de caballo y se carga de argumentos para dar consejos, lo último que interpreta es como intentar averiguar el porqué del estado del primer alguien. “Tómate unos antidepresivos y saldrás enseguida” o bien eso de “Debes comer equilibradamente y te verás bien enseguida”, le dice, entre otras divinidades, el segundo alguien al primer alguien, entendiendo que esa será la solución a sus males depresivos, como si se tratara de tapar una grieta con masilla. Es decepcionante y hasta chasqueante, ver la facilidad de opinión, seguridad y maestría, que muestran la mayoría de las gentes a la hora de explicar como deben resolver los problemas los demás. La Psicología, al parecer, es una ciencia contagiosa.
Volviendo a los pensamientos de mi Madre, se le olvidó contarme, al parecer, que existía otro libramiento más temible que el de las apologías, se olvidó de ese otro … “Líbrame señor de los amantes de la Consejología”. Pura crueldad.
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