Una historia de amor filial, la vuelta al hogar, el Marca y la dulce esclavitud que aportan los nietos

Pintura: öyvind fahlström

19 junio 2014

Prólogo: Solo es un muy discreto cuento social, urbano, quizás cruel, aunque no lo parezca, pero a fuerza de acostumbrarse a él, no lo parece. Por cierto, dicen los del primer banco de la Iglesia, (en las horas que solo hay rezo y charla), y la que zurce los trajes al Párroco, que es un mal muy extendido.

Juan andaba preocupado, esta mañana, por la ocupación de su hijo, que ya tiene 44 años, mujer, dos hijos y 4 meses de paro a sus espaldas. Todos viven con él, con Juan, pues la nueva Bankia se quedó con el maldito piso del Garbinet que él, Juan, le vendió, (solo tenía que pagar el resto de la hipoteca), hace 7 años: “Es una delicia, Enrique, levantarse por la mañana y que mis nietos pregunten, apenas ponen el pie en el suelo, por mi para que les lleve a la playa”. Juan se lleva los niños a la Playa mientras su Juanito descansa de las largas noches del verano y su nuera se va a la compra con el dinero que él, Juan, le da; “Estamos para ayudar, Enrique, ellos ahora no pueden y para eso estoy yo”. Pero, antes, Juan, se va al quiosco de Antonio y compra el periódico del día: “El chico quiere que le compre, también, el Marca, pero le he dicho que no, que ahora no estamos para gastos superfluos”. Y Juan se va a la Playa, con sus nietos y con el periódico; “No sé para que me lo llevo, Enrique, porque estas fieras no me dejan parar, pero si no lo compro ahora luego no puedo, estos vienen arrastrándose y no puedo parar, y si no lo traigo mi Juanito se toma un disgusto terrible, se da un enorme lote de leer las páginas de ofertas de trabajo”

Y es que el amor filial, como dice mi amigo Juan, se ha visto afianzado y reforzado, por esta dichosa crisis que, al menos, algo bueno aporta: Los hijos quieren más que nunca a Papá, vamos, que no pueden vivir sin él.

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