24 agosto 2014
Ciertamente, el mes de agosto, en mi caso, se convierte en un mes muy especial. Nació nuestro hijo y hasta uno de nuestros cinco nietos. Pero hoy me acuerdo de Él, el que nos llevaba, a los tres hermanos, todos los domingos al fútbol, siempre que lo había en Sarriá. El que me llevaba al Mercado de San Antonio, al Tibidabo, a la Cervecería La Bohemia a por la zarzaparrilla y al Cinerama del Paralelo los domingos por la mañana. El que me puso a trabajar cuando suspendía casi todo un curso en el 66 por culpa de la gran huelga universitaria que ese año sufrimos en la creciente e influyente, Barcelona predemocrática de la época. El fue el que me enseñó a entender, (me lo explicó el mismo día de mi boda), “que los hijos son como un barco en construcción, solo puedes empezar a descansar en su educación y cuidado, el día que los pones a navegar, el día que ves que ya no te necesitan y ese día, sabrás cual es, porque piensas que nada va a ser igual en adelante.” Una mala mañana de un tranquilo día del mes de agosto de 1988, una llamada de teléfono y una emocionada voz, me trasladaba la mala nueva: Agustín, mi Padre, había muerto. Con él, creí entonces, que se me iba media vida. Hoy, ya no creo lo mismo, pienso que Él me dejó la mitad de toda la que tengo y lo hizo por mi.
Ayer, bautizamos a nuestro quinto nieto y … Entre las risas del festejo y, descubriendo que mi sordera, a veces, puede ser un don, sucedió que, de pronto, el sonido se quedó como el de una trompeta con sordina, dándome cuenta, a la vez, que todo lo que se movía a mi alrededor lo veía con los ojos y el pensamiento que se ofrece desde la más eterna y lejana, de las sensaciones, y, entonces, en ese extraño pero frecuente estado, empecé a proclamar un inesperado deseo interno que nadie podría estarlo sospechando, ni siquiera yo mismo … Como me hubiera gustado que Él, mi Padre, lo hubiera visto.
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