13 agosto 2014
Fácil de convencer, te ayuda a enamorarte, a tomarte una copa con él, a aligerar las obligaciones, a mojarte los pies en la arena, a flirtear más de lo debido, a quitarte la ropa con naturalidad, a mostrar pieles ocultas, a vestir de modo informal, a tumbarte al sol, a volverte a cada paso cuando andas por la orilla del mar, a recordar aquellos calores de las noches locas de los 60 en Calella y a rezar antes de entrar en casa cuando llegabas más tarde de las dos del nuevo día. Llegó el verano y con él el grato recuerdo de que hay varias vidas y entre ellas las que tú has querido vivir. Él es traidor y efímero, como todos los perversos y adorables aduladores, que vamos encontrando en nuestra vida. Es caprichoso, bello, siempre joven y eternamente esperado. El verano es, siempre, lo esperado, lo deseado, lo que nos revitaliza y nos da la energía formal y moral, suficiente para hacernos creer que la vida, al menos, mientras vivimos con él, es lo que quisiéramos que fuera siempre.
Siempre he creído que el que se molestó en montar toda esta escena en la que vivimos los que lo hacemos en este mundo, lo hizo de un modo tan inteligente que nos hizo vivir caminando por trechos muy difíciles para que supiéramos apreciar los buenos, los que llenan nuestros sueños cuando andamos entre las tinieblas de lo áspero y de lo amargamente insoportable. Él, con gran lucidez, creó el Verano, ese enormemente deseado creador de sueños. Gracias verano, te quiero verano, te querré siempre, verano, me ayudas a soñar, por eso no te puedo apartar de ellos, de mis sueños.
Me uno a tu oda al verano, sin él l vida sería aún más difícil de lo que es.
ResponderEliminarGracias, Tracy, espera que te hago un poco de sitio, aquí, sentado en la arena, de madrugada, con los pies en el agua y el pantalón recogido hasta la rodilla. ya está, gracias Tracy, gracias verano.
EliminarPues mi amor con el verano se acabó de tanto usarlo. Cada vez me cuesta más aguantarlo. Voy a pedir una orden de alejamiento.
ResponderEliminarAmigo Paco, eso se resuelve con una sentada delante del mar y dejando que el agua te moje los pies y, a veces, el pantalón, claro, pero vale la pena.
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