07 noviembre 2014
Nadie daba un duro por mi, no se me esperaba. Yo era el tercer descendiente de una familia que vivía con todas las “alegrías” de la postguerra y no eran tiempos para andar agradeciendo a Dios, precisamente, la realidad de una familia casi numerosa. Me convertí en la alegría de la casa, en el juguete de mis hermanos, tres y cinco años mayores que yo, y en la joya de mis abuelos y especialmente de Él, de mi Freixes querido.
El tiempo hace olvidar las penas y nos hace tan estupendamente estúpidos que solo guardamos en el recuerdo los buenos momentos, los felices y con ellos, aquellos viajes a la casa de Él para llevarles la compra o cualquier cosa que fuera una excusa para ir a verlos. Le daba al portón un Pom, pom, pom y luego ropopom, con una Aldaba que ya se me hizo familiar, ese era el timbre de calle, era la llamada al tercero izquierda … “Avi, soc jo” (Abuelo, soy yo). Sus abrazos, sus besos, sus risas, su charla, Él conseguía que todo fuera enormemente importante para mi, tiempos inolvidables, tiempos que ahora, quizás sean los suyos, los de mis queridos enanos. Ahora el Avi soy yo y, sí, sigo siendo tan feliz como entonces, tanto que la vida se me ha pasado en un rato … o quizás en dos.
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Eres un avi feliz, por el simple hecho de haber llegado a hacerlo, muchos no han podido, y aparte todo lo demás.
ResponderEliminarFelicitaciones.
Sí, Tracy, eso creo, es mi suerte y de quienes han hecho posible que así fuera. Mil gracias y feliz viernes la nuit.
EliminarVes la vida siempre por el lado veningno , esa es la mejor medicina para sentirse feliz
ResponderEliminarPD mi madre decia el que no tenga abuelo que se compre uno
Esa es una gran frase, Griselda ... nada como tener un abuelo cerca y el que no lo tenga, dices bien, que lo compre.
EliminarUn abrazo