sábado, 20 de agosto de 2016

Querida Consuelo, me contaron que estabas muerta y ...




20 agosto 2016

.

Leí ayer un artículo en un blog de esos muchos que ves pasar y que quisieras poder leer, como muchos otros, todos los días y a todas horas y ahí, justo ahí, es cuando me molesta mi incapacidad para no ser capaz de hacerlo. Ese artículo no es corto, es cruel, habla de la soledad del anciano, de una etapa de la vida que a veces parce inútil. Habla del olvido, del egoísmo de todos hacia esa sabia y veterana edad. Es un artículo tremenda y exageradamente grotesco que pretende hacérnoslo saber ... sí, que hay un mundo que vive en el olvido a pesar de habernos servidos bien ¿De verdad somos así? 
.

El artículo se escribió así: 

Querida Consuelo:

El otro día me llamó el celador a las 7.30 para decirme que te habías muerto. Lo primero que pensé es que vaya horas de morirte. A las 8:00 damos el cambio e iba a tener que preparar la de cristo para meter el maletín en el blindado. Asimismo, me ibas a hacer llegar tarde a casa.
Me vestí rápido y fui de malas para la residencia de ancianos donde llevabas varios años. Me dijo la auxiliar que cuando fue a despertarte no reaccionabas a estímulos dolorosos.
Yo hice un poco el paripé para comprobar lo evidente y rellené un parte interno con letra de mala gana. Le dije a la auxiliar si quería que rellenara el parte de defunción y dijo que sí, pero que tenía que ir a buscarlo.
Me senté en una silla y me quedé cinco minutos esperando a que me subieran el dichoso papel asalmonado. Quise rellenarlo con letra de mala gana también, pero las letras están individualizadas para evitar eso precisamente. Hay vidas y letras que no se pueden salir del borde.
En esos cinco minutos miré a tu compañera de habitación. Tenía un montón de fotos sobre las mesitas auxiliares. Tú no tenías nada.
Me quedé mirándote fijamente, con la cabeza vacía, como embobado, colgado de una de las barras laterales de la cama articulada.
Te toqué la cara en un gesto que tenía más trazas de caricia que de exploración física. Te dejé caer otra vez un brazo a plomo, en un signo de gravedad.
Pensé que iba a rubricar la historia de tu vida y que no tenía ni puta idea de quién habías sido ni de lo que habías hecho. No sabía si fuiste a ver a Sabina al Güisbur en el 99, si te gustaba la Cherrie Coke y la tortilla del Nadira, si te metías en la cama con un libro de las aventuras de Artemio Rulán y José Garzón, si pusiste a un mulato de dos metros mirando al Cristo del Corcovado, si acentuabas los monosílabos. No sabía si te morías por los Boletus, si tenías una triple vida o un triple bypass o si te gustaban las marchas cortas.
Por inventarme me iba a tener que inventar hasta la causa de tu muerte para poder poner algo en el certificado. No iba a poder poner que moriste de soledad o de un empacho de (maza)panes y peces, o de recuerdos.
Yo no sabía si dentro de cuatro años se iba a acordar alguien de ti, si ibas a recibir llamadas después de fallecida o simplemente te ibas a morir y nadie te iba a reclamar, aparte de Hacienda. Yo no sabía qué iba a ser de tu DNI ni de tus huellas dactilares o ecológicas.
Creo que a las personas sólo se las puede entender con completud después de muertas. De la misma manera, uno sólo puede comprender una novela que está por escribir cuando la tiene entera dentro de su cabeza y la historia ha terminado de alguna manera. Eso es lo que paradójicamente ayuda a concluirla, porque lo que una buena novela debe hacer es disociar los datos duros de la digestión de los mismos.
Los hijos del médico entregado y solitario se llaman pacientes, y su familia sociedad.
No sabía qué hacer para embellecer y dignificar tu último momento, Consuelo. Así que te he escrito esto en estos cinco minutos, en lo que me han subido el certificado de defunción. No son las Cinco horas con Mario, pero tengo que librar la guardia, ya lo siento. Es que tengo que ir al banco luego a liquidar un sólido.
No sé si te hace justicia, pero me han dicho que lo ha leído el de la funeraria y que ha echado una lagrimita. Creo que eso es mucho.

Publicado por Roberto Sánchez en 12:55 - 12 enero 2016    aquí


He cometido el peor pecado que uno puede cometer










4 comentarios:

  1. Qué triste, Enrique :(
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ojalá estos toques de realismo cruel pudieran abrir los ojos de esta ciega Sociedad en la que vivimos querida Celia.
      Un abrazo

      Eliminar
  2. Enrique supongo que es asi
    Vos por lo menos tenés tu mujer
    No te imaginas lo que es estar sin él

    Poder haber tenido amantes hombres lo que quieras pero cuando te falta él...la soledad arriba
    pero sabes no me pongo a pensar en eso
    porque no solo me arruino el futuro
    sino también el momento
    Dejalo al azar como yo lo hago
    querete mucho ahora
    cuidate y dejale al destino el resto un abrazo inmenso Es lo que es
    jajaja no por pensarlo o escribirlo cambiaremos el futuro

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Te haré caso, amiga Mucha, tu ánimo se siente y a mi me llega por ese viento marino que lo transporta.
      Un abrazo, amiga

      Eliminar

Este blog comparte contenidos con otro de mis blogs a modo de copia de seguridad, el uno del otro, hasta el 24 de febrero de 2023

https://enriquetarragofreixes.wordpress.com/