viernes, 14 de julio de 2017

Papá no te gastes mi herencia, coño.






Fotografía de Kyle Thompson

14 julio 2017

Historia oída hoy, en un lugar indeterminado y de nadie conocido.

Un padre, a los 63, decide retirarse, que es como se dice de la persona que quiere jubilarse en mi tierra y siendo propietario del 50% de un Local y Negocio de Restauración de 5 Tenedores, cuya propiedad comparte con su mujer, decide a la vez darle esa mitad del negocio, la suya, a uno de sus cuatro hijos íntegramente, pues es él, ese hijo, el que ostenta la dirección y gerencia del mismo. Los otros tres hijos, cuando el padre se lo comunica en una merienda que él, el padre, organiza al efecto, se levantan de la mesa, indignados con la decisión que el padre les acaba de comunicar y los dejan plantados y sin mediar palabra alguna a los dos padres, padre y madre, y al hermano favorecido con la decisión paterna, que se quedan allí sentados y extrañados.

Los hijos recriminan al padre que la decisión no haya sido equitativa y emulan a Caín, (virtualmente), con el hermano agraciado. El Padre, más adelante, les dice que con su dinero y sus bienes, mientras él, el padre, esté vivo hace y hará lo que le de la gana y lo que ha hecho lo ha hecho por eso y porque piensa que es lo mejor para el negocio.

Lo curioso, por no decir horroroso, quizás sea solo eso: oírlo. Pero lo verdaderamente esclarecedor es que los hijos, los tres “ofendidos” por la no designación “pairal” de su parte del negocio, no entienden que el padre pueda hacer lo que le de la gana con su dinero y con sus bienes. Es como si le estuvieran diciendo: Papá no te gastes mi herencia, coño.
A mi, los que me conocen lo saben, nunca me ha hecho gracia el asunto y nunca he sido partidario de las herencias tal y como la entienden los hijos, es decir, nunca la he entendido como un derecho de ley por encima de la voluntad de hacerlo por libre designación cual debiera amparársele así, legislativamente,  al actor de la misma. Nunca lo he entendido ni nunca lo entenderé. Lo que no se gana no se quiere, sería el principio que ampararía esa creencia que mantengo desde antes de nacer, creo.

Pero, con mucho, lo peor del asunto oído hoy, es el sentimiento de los herederos a creerse con derecho a gestar o intervenir sobre los bienes del que la Ley dice serán herederos de un ser  aún en vida y no habiéndola “palmado”, todavía. Oír la historia oída, me ha amargado el día.



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